miércoles, 26 de septiembre de 2018

Polos Opuestos: Capítulo 4

—¿Y cuál es?

—Tú buscas una relación seria, pero yo no reúno tus condiciones. Solo busco divertirme en la boda de mi hermana. Nada permanente. Me has dicho que he sido un acompañante estupendo hoy. ¿No hablabas en serio?

—Por supuesto que sí, o no lo habría dicho.

—Entonces es oficial. Como mi compañera voluntaria de Acción de Gracias, has pasado la prueba de amistad de Pedro Alfonso con sobresaliente. No hay razón para que no puedas asistir al acontecimiento social del año en calidad de amiga.

—¿Amigos?

—Sí —y, si se convertían en amigos con derecho a roce, ¿quién era él para quejarse?

—¿Hablas en serio?

—Completamente.

—Sí que nos lo hemos pasado bien hoy. Y no quiero irme a casa —había cierta determinación en sus ojos, aunque las dudas se negaran a disolverse—. Pero si alguien hace alguna broma sobre ser una asaltacunas…

—Tendrás que sacar tu documentación y demostrar que tienes más de veintiuno para que nadie piense que me estás pervirtiendo.

—Oh, por favor… —pero se rió y después le señaló con el dedo—. Bien, iré contigo, pero solo como amigos. Nada de ataduras.

Pedro no lo habría permitido si fuera de otro modo.

Paula entró en el vestíbulo de tres plantas de altura del resort de Thunder Canyon del brazo de Pedro Alfonso. La gente se quedó mirándolos, pero nadie los señaló ni se rió, lo cual fue un alivio. Aun así, cuando Austin le había tomado la mano y se la había colocado en el brazo, habían parecido algo más que amigos. Ella había abierto la boca para reprenderle, pero su sonrisa cautivadora le había hecho olvidar su protesta. Aquello era como hacer dieta con una caja de donuts en la mano. Solo con tocarlo su fuerza de voluntad se esfumaba.

—Vaya —dijo él—. Mira este lugar.

Al hacerlo, Paula se quedó sin aliento. Había estado en el complejo turístico algunas veces, pero aquella noche se había transformado en un lugar romántico perfecto para casarse. Había dos grupos de sillas separados por un pasillo cubierto por una alfombra blanca que daba a la enorme chimenea de piedra. La repisa de esta estaba adornada con guirnaldas verdes y lazos rojos. Había flores de pascuaagrupadas en forma de árbol a cada lado de la tarima donde se casarían los novios. Los cristales colgantes reflejaban la luz del fuego, de las velas y de las pequeñas lucecitas blancas. Se quedó con la boca abierta.

—Es deslumbrante.

 —Sé lo que quieres decir.

 Había cierta gravedad en la voz de Pedro que hizo que Paula lo mirase. Se había quedado mirándola y el brillo de sus ojos le aceleró el corazón.

—Estaba hablando de la decoración —aclaró ella.

—Yo no.

En aquel instante, los dos días que había pasado debatiéndose sobre qué vestido elegir se disolvieron, y la prenda pasó un examen que ella ni siquiera había esperado. Había escogido un vestido negro de manga larga con mangas y corpiño de terciopelo y una falda adornada con encaje. Los zapatos también eran de terciopelo. Luego estaba el problema de qué hacer con el pelo. Hacía una noche fría y húmeda, así que la prioridad era el control. Se había puesto la raya a un lado, después se había apartado el pelo de la cara y se había hecho un recogido detrás de la oreja derecha. A juzgar por cómo Pedro la miraba, el peinado era lo único que iba a poder controlar. La gente pasaba frente a ellos y la sala comenzó a llenarse rápidamente.

—Será mejor que vaya a sentarme —dijo con un susurro rasgado que esperó que él no advirtiese.

—Bien.

Se acercaron a las sillas y Paula se dispuso a ocupar una en la última fila.

—Aquí no —Pedro bordeó la parte exterior de las sillas, puesto que el pasillo estaba bloqueado para la ceremonia, y la condujo hasta la primera fila, en el lado de la novia.

—Pero esto está reservado para la familia —protestó ella.

—Yo soy de la familia y tú eres mi… estás conmigo —le guiñó un ojo y después miró su reloj—. Tengo que ir a hacer una cosa. La organizadora de la boda nos tiene sin parar.

—¿Qué ocurre si llegas tarde?

—No quiero averiguarlo —se estremeció y después le acarició el brazo—. Volveré enseguida. No huyas.

Paula asintió, se sentó y tomó aire. Sentía la cara ardiendo, pero no tenía nada que ver con las llamas de la chimenea, sino con Pedro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario