viernes, 7 de septiembre de 2018

Paternidad Temporal: Capítulo 26

–Eh, Paula–esa vez fue Pedro el encargado de hacer de despertador. Ella abrió los ojos y se estiró lentamente. Sus senos tensaron el algodón de la camiseta blanca.

–Hola –ella esbozó una sonrisa que hizo que a él se le tensara el estómago.

–Hola –él le devolvió la sonrisa–. Estamos en Denver. ¿Sigues queriendo una tortilla?

–¿Están bien los bebés? –preguntó ella.

–Recién cambiados y seguramente listos para comer. He abierto la lata de leche maternizada, ¿Te importaría preparar los biberones?

–Claro que no.

Paula preparó los biberones y caminaron juntos hacia la zona de descanso de la carretera interestatal que los llevaría a las montañas. Empujaba el cochecito de los bebés. Pedro abrió la puerta, le puso una mano en la espalda y le cedió el paso. El restaurante olía de maravilla, a sirope, beicon y salchichas picantes. A Paula le rugió el estómago.

–¿Cuántos son? –preguntó la camarera.

–Cinco.

–¿Necesitarán tronas?

–No, gracias –contestó Paula.

La camarera agarró dos cartas y los llevó a una mesa situada en un rincón, apartada de los demás comensales. Tomó nota de las bebidas y se fue.

–¿Crees que teme que arruinemos sus posibilidades de recibir propinas? –preguntó Pedro.

–Es posible –Paula sonrió–. Pero prefiero estar aquí, alejada –les dió los biberones a los bebés e intentó ignorar la vocecita que le decía que era una mañana perfecta.

Lo primero que había visto al despertar había sido el guapo rostro de Jed. Le gustaban las vibraciones que había entre ellos. Ya no actuaban como Pedro y Paula, sino en equipo, como pareja. Nunca se había sentido así con Diego ni con Fernando. Tras lo que le habían hecho pasar, había temido no volver a sentirse cómoda con un hombre. Pero allí estaba. La sonrisa de Jed estaba dando paso a nuevas y cautelosas esperanzas. No era justo que lo urgiera a compartir sus penas cuando ella no se había abierto a él. Pero no podía hacerlo. Aún no. Pero lo haría pronto.

–Parece que tenían hambre –Jed desdobló su servilleta y le limpió la barbilla a Mateo.

–¿Sabes si tu hermana había empezado a darles comida sólida?

Pedro enrojeció y simuló interesarse por un sobrecito de azúcar.

–A ver, amigo. Dilo ya. ¿Qué les has dado a estos bebés que no deberías haberles dado?

–Nada demasiado complicado. Solo un poco de helado en el zoo.

–¿Y…?

–Puede que algunas patatas fritas.

–¿Patatas fritas? ¡Pedro! ¡Podrían haberse atragantado!

–Estaba con ellos. Las aplasté con los dedos. No iba a permitir que se ahogaran estando conmigo.

–¿Eso es todo?

–Bueno, les dí un poco de batido cuando volvíamos del zoo. Puse un poco en sus biberones. Y lamieron unos pepinillos. A mí me encantan y quería saber si a ellos les gustaban.

–No me extraña que estuvieran tan llorones cuando llegué. Debían de tener dolor de pancita.

–¿Por probar un poco de comida?

–Hay que introducir los sólidos lentamente. No puedes empezar dándoles comida basura.

–Ya, bueno. Si tú lo dices…

No hay comentarios:

Publicar un comentario