miércoles, 26 de septiembre de 2018

Polos Opuestos: Capítulo 5

Debía haber rechazado su invitación, pero la había pillado en un momento de debilidad, sintiendo pena de sí misma por asistir sola al acontecimiento del año tras haberse ganado la fama de tener muchas citas desde que se mudó allí. Sería mentira decir que no se alegraba de haber ido con él, pero todo el mundo hablaría. Sin duda al día siguiente todo el pueblo sabría que estaba tan desesperada como para salir con alguien más joven. Que así fuera. El daño estaba hecho, pero no habría más leña para el fuego porque Pedro y ella no eran pareja. Ese era el trato. Solo amigos. La gente ocupó sus asientos en la fila de sillas situada tras ella. Entonces alguien le tocó el hombro y ella se volvió. Sus hermanos, Gonzalo y Rodrigo, flanqueaban a Laura Landry, la prometida de Gonzalo. Los tres le dedicaron una sonrisa.

—Hola, hermanita —dijo Gonzalo mientras le daba la mano a Laura.

—Estás preciosa, Paula—dijo Laura—. Me encanta tu vestido.

Rodrigo se inclinó hacia ella y susurró:

 —¿Cómo has conseguido el mejor asiento de la sala?

En realidad no era el mejor asiento. Estaba a varias sillas del pasillo por donde pasarían los novios. Esas sillas vacías probablemente estarían reservadas para la familia. Ella era simplemente una… ¿Cómo se llamaba a sí misma? Desde luego, no era una cita.

—Mi amigo Pedro, hermano de la novia, me pidió que viniera con él. Me ha sentado aquí.

Pedro se dió cuenta de que los tres tenían preguntas que hacerle, pero un cuarteto comenzó a tocar música de cámara y le salvaron las cuerdas. Las notas de los instrumentos musicales calmaron sus nervios. No era que importara. Aquel evento se trataba de dos novias y de dos novios que habían encontrado el verdadero amor y que pronto compartirían sus vidas. Los envidiaba tremendamente.

Cuando Francisco y Mónica Cates, padres de los novios, ocuparon sus asientos en el lado contrario, quedó claro que empezaba la boda. Pocos minutos más tarde, Betty y Juan Castro recorrieron el pasillo. Eran los padres biológicos de Aldana, pero no la habían criado. El año anterior, Aldana había descubierto que Erica Castro y ella fueron cambiadas al nacer. Había sido una sorpresa para ambas mujeres, algo que Paula no podía ni imaginarse. Pero su hermano Rodrigo había ayudado a Erica a asimilar el pasado y ahora estaban felizmente casados.

Al lado estaba Helena Clifton, que había criado a Aldana, a quien siempre llamaría «mamá». Cuando los padres estuvieron sentados, continuó la ceremonia. La música cesó y un hombre de pelo gris se situó en mitad de la tarima con una Biblia en las manos, indicación de que él dirigiría la ceremonia. Entonces aparecieron los novios con sus padrinos, Diego y Gastón Cates. El inconfundible pelo negro, los ojos y los rasgos similares dejaban claro que eran todos hermanos.

—Si son tan amables de levantarse —dijo el pastor.

Los invitados obedecieron y los músicos comenzaron a tocar de nuevo. La primera en aparecer por el pasillo fue Erica Castro Chaves. Paula miró de reojo a su hermano Rodrigo, que sonreía con orgullo a su esposa, el amor de su vida. Al lado estaba la otra dama de honor, Carolina Alfonso, despampanante con un vestido de seda rojo sin tirantes y un ramo de orquídeas blancas. Cuando ambas ocuparon su lugar, la marcha nupcial tradicional dio paso a Aldana Clifton. Recorrió el pasillo del brazo de su hermano, Pablo. Su melena rubia era una cascada de rizos sujeta por una tiara de diamantes. Parecía una diosa griega con aquel vestido de satén sujeto por un hombro. Martín  miró a su novia con pasión, ansioso por tomar su mano.

Era el momento de la novia número dos, y Paula miró justo a tiempo de ver a Sonia darle un beso a Pedro en la mejilla antes de colocar la mano en su brazo. Parecía una princesa con su vestido de organdí sin tirantes. El velo, que le llegaba hasta el suelo, caía desde una diadema de diamantes que sujetaba su melena castaña. Miró a Lautaro Cates, que no podía apartar la mirada de la mujer que pronto se convertiría en su esposa. Tras dejar a su hermana del brazo del novio, Pedro dijo:

—Ella siempre ha cuidado de Caro y de mí. Ahora mi hermana por fin tiene a alguien que cuide de ella. No la decepciones, Lautaro.

—Jamás.

Paula sintió un nudo doble de emoción en la garganta, y no solo porque fuese un momento doblemente feliz. Se vio invadida por un torrente de tristeza. Los padres de las novias no estaban presentes y ella no sabía por qué. Solo sabía que, algún día, cuando se casara, su padre tampoco estaría ahí. No la llevaría al altar. No habría baile padre-hija. Miguel Chaves había muerto cuando ella tenía solo dos años y no lo recordaba. Sus hermanos siempre habían hablado de él como si caminara sobre las aguas y ella envidiaba sus recuerdos. Se sentía triste por la pérdida, por esos recuerdos imborrables que nunca podría construir. Y entonces Pedro volvió junto a ella.

—Mi trabajo aquí ha terminado —le susurró.

De pronto no había en su cabeza espacio para nada salvo para él. Era guapo como una estrella de cine. Olía bien e iba impecable. ¿Pero acaso algún hombre parecía un sapo vestido con un esmoquin negro? Le parecía que no. Aun así, una sonrisa perversa y un traje bonito no cambiaban el hecho de que era demasiado mayor para él. La magia de la boda con las luces, las flores y las novias con sus vestidos no borraba la diferencia de edad. Más recuerdos que nunca podría tener. Se obligó a sí misma a concentrarse en el presente, en los detalles para el comunicado de prensa del alcalde.

La ceremonia transcurrió con rapidez a pesar de los dobles votos y anillos, pero hubo el doble de aplausos y de vítores cuando los gemelos besaron a sus esposas. Paula estaba segura de que los cuatro se sentían aliviados. Les entendía bien. Pero, cuando terminara esa parte de la velada, tendría que preocuparse del banquete. Iba a celebrarse en la sala Gallatin, el elegante restaurante del complejo. Respiraría con tranquilidad cuando pudiera circular con libertad. Eso no significaba que no le estuviese agradecida a Pedro por ir con ella, pero, cuanto menos tiempo pasaran juntos, mejor. No tenía sentido avivar los chismorreos de Thunder Canyon sin necesidad. Pero después de que las dos parejas de recién casados abandonaran la sala, Pedro le estrechó la mano antes de que ella pudiera alejarse.

—La parte formal ha acabado, ahora es hora de divertirse un poco. Quédate conmigo y te enseñaré lo que es pasar un buen rato.

Eso era justamente lo que Paula más temía.

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