miércoles, 5 de septiembre de 2018

Paternidad Temporal: Capítulo 24

–Mmm… ¿Dónde estamos? –preguntó Paula, frotándose los ojos y estirándose.

Aparte del leve resplandor amarillo de una farola del aparcamiento, la furgoneta estaba a oscuras y llena del dulce aroma de los bebés y de Pedro.

–En la gasolinera del kilómetro seiscientos. Necesitamos gasolina. Este sitio abre a las seis.

–Ah –el reloj luminoso del salpicadero indicaba que eran las 2:37 de la madrugada.

–Seguiría conduciendo, pero la luz de la reserva se encendió hace kilómetros. No hay nada por aquí. No quiero pasarme una semana andando si nos quedamos sin gasolina.

–Tiene sentido –Paula bostezó.

–¿Por qué no vuelves a dormirte? Yo me ocuparé de todo.

–¿Por qué no dormimos los dos?

–Duerme tú. No quiero arriesgarme a perderme la apertura de la gasolinera.

Paula rezongó.

–Yo tampoco estoy muy cansada –dijo, aunque habría podido dormir hasta Navidad.

–¿No se considera pecado grave que una maestra de preescolar mienta?

Ella encogió los hombros. No podía ser pecado mentir cuando solo con ver su rostro se sentía despejada y vibrante. Le bastaría inclinarse hacia la izquierda para estar en sus brazos.

–¿Tienes hambre? –preguntó Pedro.

–Hum. ¿Qué tal una tortilla de jamón y queso con tortitas de patata y tostadas? –dijo Paula.

–Me gusta tu gusto para el desayuno.

–¿A cuánto estamos de Denver?

–A tres o cuatro horas, dependiendo de cuando decidan llorar o dormir las criaturas.

–Es bastante milagroso que nos hayan dejado venir tan lejos sin parar.

–No estarán enfermos, ¿Verdad?

–Creo que están agotados por todo lo que han gritado durante el día – Paula suspiró.

–Duérmete de nuevo. Yo me ocuparé.

–¿Por qué no dejas que lo haga yo? Me aseguraré de estar despierta cuando abra la gasolinera.

–¿No hemos hablado ya de eso?

–Sí, pero como yo no tengo ni idea de dónde está la cabaña, necesitas estar alerta para conducir en la montaña. Así que tiene más sentido que duermas ahora y yo lo haga después.

–Sí, pero…

–Admitir que tengo razón esta vez no implica que hayas renunciado a tu maldito control.

–Yo no he dicho eso –se rascó la barbilla.

–Cierto, pero no puedes negar que es lo que has sentido.

–¿Por qué te abriría la puerta aquel primer día?

–¿Sería porque me necesitabas? –Paula sonrió de oreja a oreja.

–¿Prometes despertarme en cuanto abran?

Paula le dedicó la misma mirada que a un alumno de primaria que se comiera las pinturas.

–Hasta dentro de un rato –Pedro cerró los ojos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario