lunes, 17 de septiembre de 2018

Paternidad Temporal: Capítulo 47

Pedro cerró de golpe el armario que había sobre el fregadero. Maldijo para sí. No sabía qué demonios le ocurría. Tendría que estar en el dormitorio con la mujer de sus sueños, compartiendo costillas y besos. Pero no era lo bastante bueno para ella. ¿Qué podía ofrecerle a una mujer como Paula? Solo una vida soportando sus muchas neurosis. Ir en busca de su hermana había sido un desastre. Si hubiera mantenido la calma, en vez de ponerse frenético, no habrían hecho el viaje. Entonces no habría conocido a Paula excepto como a la vecina que vivía al otro lado del pasadizo. Quizás eso habría sido mejor. Frunció el ceño y siguió con el equipaje.

–¿Seguro que lo tienes todo? –le preguntó Pedro a Paula. Se sentó al volante del jeep rojo de Martina y cerró la puerta.

Paula no estaba nada segura. De hecho, tenía la certeza de estar dejando allí su corazón.

–¿Crees que queda algo dentro de la casa? –preguntó Pedro, al ver que ocupaba el asiento pero no cerraba la puerta.

Ella tragó para deshacer el nudo que le atenazaba la garganta. Había dejado en la casa el recuerdo de sus besos y sus caricias. La sensación de sentirlo tan dentro que había llegado a olvidar dónde acababa su cuerpo y dónde empezaba el de él.

–No –afirmó. Mientras cerraba la puerta aprovechó para limpiarse las lágrimas sin que la viera–. Estoy lista para volver a la carretera.

Lista para volver a su piso seguro y tranquilo, en el que nadie se introduciría en su vida para luego dejarla avergonzada, confusa y sola.

–Genial –él dio una palmada y se frotó las manos–. Pues en marcha entonces.

Ella se preguntó si sabía que su ansiedad por irse destrozaba la belleza de cuanto habían compartido. Pronto estaría en casa, donde volvería a lamer sus heridas emocionales. Sola.

–¿Y bien? –preguntó Martina, guiñándole el ojo. Tenía una taza de café en la mano izquierda y le dió un golpecito a Paula con el codo derecho–. ¿Esas horas a solas han encendido la chispa?

–¿Qué chispa? –preguntó Paula con la esperanza de que Martina dejara el tema. Sacó a Camila de la trona. La bebé olía a crema y a los cereales que Martina y Valentina les habían dado a los trillizos para desayunar.

–Oh, venga. Ayer estaban deseando que nos fuéramos. Dime, ¿Te besó Pedro? Pasó algo más. Venga, chica, cuéntalo todo.

–Lo siento –Paula besó la suave pelusilla de la cabeza de Camila–. Pasamos la noche jugando tranquilamente a Palabras cruzadas.

–No la creas –dijo Pedro, entrando al comedor desde la cocina–. No hubo nada de tranquilo en la paliza que me dió.

Se preguntó por qué se estaba portando así. Por qué simulaba que todo iba bien entre ellos cuando nada podía estar más lejos de la realidad.

–Entonces, tendría que jugar con Alfredo Murray, en Leadville. Que yo sepa, nadie lo ha ganado nunca. ¿Por qué no pasan un día allí? Valentina y yo cuidaremos de los bebés. Alfredo lleva varios meses en cama. Le encanta tener compañía.

–¿Quién es Alfredo? –preguntó Annie, encantada de dejar de hablar de Jed y ella.

–Un viejo minero malhumorado –dijo Carlos, saliendo de la cocina con un donut en la boca–. ¿Qué les parece la idea? Podrían llevarse el jeep de Martina e ir por el Mosquito Pass. En un día de diario apenas habrá tráfico.

–¿Qué opinas? –le preguntó Pedro a Paula.

Ella pensó que no podía pasar un solo día más a solas con él en ese idílico entorno. Su espíritu, consciente de que la ruptura esperaba a la vuelta, no lo soportaría. Deseó poder expresar lo que sentía, pero se limitó a encogerse de hombros.

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