lunes, 10 de septiembre de 2018

Paternidad Temporal: Capítulo 33

Y encima tenía allí a la señorita Sesión Terapéutica. No le había hecho falta que dijera una palabra para saber lo que estaba pensando. «En serio, Pedro, te sentirás mejor si te abres. Por favor, háblame. Deja que te ayude». Se negaba a entender que no había ayuda posible para él. La vida le había dado malas cartas, así eran las cosas. Y en la vida no existía el lujo de tirar las cartas y pedir otra baza. En la vida había que aguantar lo que venía.

–¿Pedro?

–Diablos, Paula, ¿Por qué no entiendes que no quiero hablar de mi hermano muerto?

–Solo iba a decirte que miraras al suelo. Tienes una admiradora –Paula se llevó las manos a la boca y sus ojos se llenaron de lágrimas.

Avergonzado, él bajó la vista. Camila había gateado hasta él y, tumbada boca arriba junto a sus zapatillas, lo miraba con adoración. Se quedó sin aliento. No podía quejarse de su vida teniendo delante a ese milagro de criatura. Sí, su hermano había muerto.  Y sí, después de eso sus padres se habían emborrachado a diario y habían fallecido en un estúpido accidente de coche debido, sobre todo, a que su padre era incapaz de rechazar un vodka. Levantó a Camila y la abrazó con fuerza. Bajó del porche y caminó hacia la orilla del lago. Una vez allí, dejó que las lágrimas empezaran a fluir por fin. Lágrimas por su madre y el pañuelo rojo que se ponía en el pelo cuando estaban en la cabaña, por si acaso algún vecino iba de visita y no estaba bien peinada. Su padre siempre la había regañado por eso, a pesar de que el vecino más cercano vivía a ocho kilómetros de allí. Oyó el crujido de una ramita y abrazó a Pia con mas fuerza. Rezó porque Paula  no estuviera a su espalda, siendo testigo de su emoción. Era un hombre. Un hombre que tenía el control de su vida y de lo que lo rodeaba. A un par de metros, Paula empezó a hablar con voz suave.

–Cuando era pequeña, siempre soñé con venir a un sitio como este. Pero a mis padres no les iba lo del camping. Preferían los Holiday Inn, que en aquella época eran muy populares. Se esforzaron por estar en casa para mi undécimo cumpleaños. Reservaron dos dormitorios en el motel más cercano a nuestra casa y me dejaron invitar a tres amigas a dormir conmigo; nos pasamos toda la noche chapoteando en la piscina climatizada. Mi cumpleaños es el catorce de diciembre, así que fue todo un lujo. Tarta y pizza junto a la piscina, cuando el cielo amenazaba nieve. Te aseguro que esa fiesta elevó mi estatus social una barbaridad. Este sitio está muy bien, caballero. No está a la par de un Holiday Inn, pero me encanta –tocó su hombro y eso acabó con él.

Pedro quería ser fuerte. Anhelaba seguir siendo fuerte, pero estaba demasiado cansado. Necesitaba ayuda. Necesitaba a Paula. Se dió la vuelta y, con Camila entre ambos, la envolvió en un fuerte abrazo. Ella le devolvió el abrazo lo mejor que pudo. Estuvieron largo rato allí parados, sin hablar, mientras las lágrimas surcaban sus mejillas. Paula le hacía mucho bien. Justo cuando creía saber lo que iba a decir, ella decía lo contrario. Cuando pensaba que iba a regañarlo por no abrirse, ella lo acercaba a su corazón obligándolo a abrirse, quisiera o no, al menos hacia sí mismo. Y eso era maravilloso. A Paula no parecía importarle cómo solucionara sus problemas. Solo quería que los solucionase y volviera con ella después. Tenía la sensación de conocerla de toda la vida, y solo habían pasado unos días. No sabía dónde iba a encontrar valor para decirle que tendría que dejar de verla cuando volvieran a casa. Se había convertido en una adicción a la que tenía que poner fin.  Él no le convenía. Siempre quería controlar y no siempre lo conseguía. Ella estaría mejor sin él. Lo malo era que tenía la sensación de que, sin ella, él tal vez nunca volvería a estar bien.

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