miércoles, 19 de septiembre de 2018

Paternidad Temporal: Capítulo 53

–Si hubieras estado escuchando, sabrías que no he mencionado corazones concretos, hablaba en general.

Pedro se detuvo y se volvió hacia ella.

–Si hubieras estado escuchando tú, sabrías que quiero besarte. Pero no soy tonto. Tu lenguaje corporal dice alto y claro: «No me toques».

–¿En serio? –ella se echó a reír.

–Sí, en serio.

–Siento herir tu ego, amigo, pero te iría bien dar un repaso al primer nivel del curso de Lenguaje corporal, porque desde que fuiste tan sincero conmigo ayer, por no mencionar tu paciencia en el centro comercial, no he pensado más que en hacer esto…

Paula, de puntillas, tuvo el control inicial del beso. Después, Pedro introdujo los dedos bajo su pelo y ladeó su cabeza, buscando un ángulo mejor. La urgió a abrir la boca y la acarició con la lengua. La invadían olas de deseo y necesidad. Introdujo las manos bajo su camiseta y las deslizó por la piel cálida de su fuerte espalda.

–Mujer –gruñó él–, me vuelves loco.

–Y tú a mí –dijo ella antes de que empezara a besarla otra vez.

–¿Por qué estamos discutiendo todo el tiempo cuando esto es mucho más divertido? –preguntó él en la siguiente pausa para respirar.

–Hagamos un pacto. Primero besar. Después discutir.

–¿Y por qué hay que discutir?

–Buena pregunta. Vamos a besarnos un rato más. Tal vez eso nos ayude a descubrirlo.

–Llegan tarde –dijo Alfredo Murray en cuanto abrió la puerta. Estaba sentado en una antigua silla de ruedas de mimbre, con una manta roja sobre las piernas. El pelo, la barba y las espesas cejas blancas le daban cierto aspecto de Santa Claus, pero le faltaba la sonrisa–. Y viendo las abrasiones que rodean la boca de esa chica, tendrías que haberte afeitado antes de besarla a plena luz del día.

–Yo también me alegro de verte –Pedro dió un abrazo a su viejo y excéntrico amigo–. ¿Cómo sabes que he besado a Paula hoy y no anoche – preguntó, tras hacer las presentaciones formales.

–¿Por qué clase de imbécil me tomas? –Alfredo cerró de un portazo y corrió cinco cerrojos.

Fantástico. No había nada mejor que pasar el día encerrados en una sauna de hojalata que apestaba a tabaco de pipa y periódicos húmedos. El hombre podía permitirse algo mejor que esa chabola a la entrada de una mina de plata, pero se ponía de mal humor cuando le sugerían que hiciera mejoras en la vivienda. Decía que le gustaba tal y como estaba.

–¿Esperas que vengan ladrones? –Pedro sonrió.

–Nunca se puede estar lo bastante seguro –dijo el anciano–. Doc dice que pronto dejaré esta silla. En octubre abriré un nuevo túnel. Cuando en este pueblo se enteren de que he encontrado una buena veta, harán cola para hacerse amigos míos.

–Bueno, entretanto, ¿Qué te parece una partida de Palabras cruzadas?

–Ya te he ganado de mil maneras –Alfredo rió–. ¿Necesitas que vuelva a pisotearte el orgullo?

–Vas a jugar con Paula, no conmigo.

–¿Jugar yo con ese palo con rizos? –el hombre soltó una carcajada ronca–. Sería una pérdida de tiempo. Venga, fuera de aquí. Tengo que planificar dónde iniciar la nueva perforación.

–No tan rápido, señor Murray –Paula, picada, metió la mano en el bolso, sacó la cartera y puso veinte dólares sobre la mesa–. ¿Aceptaría una apuesta amistosa? –mientras el viejo miraba el dinero, atónito, Paula le guiñó un ojo a Pedro, que también parecía sorprendido por ver a una maestra de preescolar haciendo apuestas.

–Siéntate a la mesa de la cocina. Iré por el tablero –Alfredo carraspeó–. Ah, ¿Te gusta la polca?

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