viernes, 21 de septiembre de 2018

Paternidad Temporal: Capítulo 56

AllÍ, junto a la pequeña mesa de roble en la que estaba la cena a medio comer, Pedro puso a Paula en pie, colocó las manos en la parte baja de su espalda y profundizó el beso.

–No sé como ha ocurrido –dijo–, pero te quiero, Paula Chaves. Ambos lo hemos pasado mal, pero, de alguna manera, sé que esto funcionará, estamos bien juntos.

Ella asintió, apoyó la mejilla en su pecho y se rindió al firme latido de su corazón. Una vocecita interior seguía advirtiéndole que tuviera cuidado, que no se lanzara a algo para lo que no estaba preparada. Pero luego la voz de la razón le recordó que Pedro no se parecía nada a los dos hombres que tanto daño le habían hecho. Igual que Diego, Pedro quería tener el control, pero no lo necesitaba. No daba golpes cuando no se salía con la suya. Ni siquiera gritaba. Y cuando le había preguntado si solo la quería como niñera de sus sobrinos, su respuesta había sido cuanto había deseado y más. Así que, mientras lo observaba desabrocharle la chaqueta vaquera, supo que estaba dispuesta a comprometerse con Jed de forma no oficial, porque ya no era un desconocido para ella. Lo conocía en lo profundo de su alma. Donde realmente importaba.

Él le quitó la chaqueta y la colgó del respaldo de la silla. Ella se estremeció.

–¿Tienes frío? –preguntó él, pasando sus grandes y cálidas manos por sus brazos.

–Algo.

–¿Nerviosa?

–¿Cómo lo has sabido?

–Te tiembla el labio inferior. Y se te dilatan las pupilas–trazó la curva de su boca con el índice–. Me encanta eso de tí. Puedo saber lo que piensas.

«A mí también me encanta eso de tí».

–¿Quieres saber lo que estoy pensando yo? –preguntó él.

Ella asintió. El dedo de Jed descendió por su barbilla y cuello y giró a la derecha en su clavícula, para deslizarse bajo la camiseta hasta llegar al tirante de su sujetador.

–Con tu permiso, me gustaría llevarte a la cama y abrazarte toda la noche. ¿Te suena bien?

–Más que bien. Perfecto.

Paula nunca se había despertado más feliz y satisfecha, como si todo fuera bien en su mundo. Pedro estaba tumbado de espaldas, con el pecho desnudo. Su pelo siempre estaba revuelto, pero esa mañana, mucho más. Se preguntó si se movía mucho durante la noche. Había dormido tan profundamente a su lado que no lo sabía. Curvó la mano sobre su hombro y sonrió al ver que no llegaba ni a la mitad. El tamaño de Diego le había dado miedo para cuando lo dejó. En el caso de Pedro, hacía que se sintiera más segura. Cerró los ojos y suspiró, pensando en cuánto había cambiado su vida en menos de una semana. De forma algo enrevesada, Pedro se había declarado y ella lo había aceptado.

–¿Por qué estás tan pensativa? –preguntó él.

–Ay. Me has dado un susto de muerte –protestó ella, llevándose la mano al pecho.

–Perdona –la atrajo a sus brazos. Tras besar su frente, pasó a ocuparse de los labios.

–Mmmm… estás perdonado.

–Gracias. ¿Tienes hambre?

–En realidad, no. ¿Y tú?

–La verdad es que no me encuentro bien.

–¿Crees que tienes un virus o algo?

–No. Solo son nervios.

–¿Por qué? –se incorporó un poco para ver su rostro mejor. «Espero que no sean por lo nuestro».

No hay comentarios:

Publicar un comentario