miércoles, 26 de septiembre de 2018

Polos Opuestos: Capítulo 2

—Acabas de describir prácticamente a todos los hombres que conozco.

—Y a mí también —contestó ella, riéndose—. Y conozco a muchos hombres, teniendo cinco hermanos.

—Qué afortunada —dijo él con una envidia burlona—. Yo tengo dos hermanas.

Paula había conocido a la pequeña, Carolina, aquel día en el Rib Shack cuando los voluntarios se habían dividido en equipos. A ella ya le habían asignado ir con Pedro; una novata que aprendía los pormenores de la mano de alguien más experimentado. Su atracción hacia él había sido instantánea, y le había hecho a su hermana algunas preguntas. Casi deseaba no haberlo hecho, pero probablemente sería mejor saber desde el principio que no funcionaría. Aun así, la decepción no había afectado a su lista de cosas por las que estar agradecida en Acción de Gracias.

—Pero, en serio, Gonzalo es un gran jefe. Estoy en deuda con él por darme una oportunidad —Pedro apoyó la muñeca en el volante de la furgoneta—. Estamos en el mismo barco. Proteger Thunder Canyon y el medio ambiente es importante para los dos.

Ella asintió.

—Yo no llevo mucho viviendo aquí, pero me doy cuenta de que este es un lugar especial. Parte de lo que me atrajo aquí es que el pueblo se cuida a sí mismo. Me siento agradecida de formar parte de esto.

—Acuérdate de eso en la cena, cuando todos tengan que dar las gracias por algo.

Ella se carcajeó.

—¿Tu familia hace eso de verdad?

 —Oh, sí. Es una tradición. ¿Tú vas a cocinar o irás a algún sitio a cenar?

—Yo no cocino, de lo que mi familia está agradecida —respondió Paula—. Gonzalo y Laura me han invitado a cenar con ellos. ¿Y tú?

—En cuanto a cocinar, podría diseñar cómo atar un pavo, pero no creo que se pudiera comer. Va a ser una cena tranquila. Solo Carolina, Sonia y yo. Pero tomaremos el postre con los Cates, porque Marlon y ella no pueden soportar estar demasiado tiempo separados. Decidieron pasar esta última fiesta con sus familias. Será algo tranquilo porque la boda es pasado mañana.

—Lo comprendo.

—¿Por qué? —Pues porque es una boda doble —Lautaro Cates iba a casarse con Sonia Anderson, y su gemelo, Martín, iba a casarse con Aldana Clifton. Sería un acontecimiento fabuloso—. He oído que va a ser el acontecimiento social del año en Thunder Canyon. Por cierto, saldrás genial en las fotos familiares.

¿Sería apropiado decir eso? Nunca sería su novio, así que no era flirteo. Simplemente la verdad.

—¿Eso crees?

—Sí. Y estás buscando cumplidos otra vez.

 —De nuevo, me has pillado. Estarás allí, ¿verdad?

—Sí. Aldana es la prima del alcalde y él me pidió que tomara notas para el comunicado de prensa de su oficina.

—¿Como parte de tu trabajo? —preguntó él.

—Por eso y porque los Chaves han sido amigos de la familia Cates desde hace años.

Pedro se quedó mirándola con intensidad.

—Una boda doble. El acontecimiento social del año. Aun así no pareces entusiasmada al respecto.

—Será genial —Paula esperaba que no notase su entusiasmo fingido—. ¿Tienes ganas de que llegue?

—¿Llevar un esmoquin? ¿Sonreír hasta que me duela la cara? ¿Ser simpático con todo el mundo? —se encogió de hombros—. Será divertido.

—¿Quién es el que no parece entusiasmado ahora?

—¿Quién será tu afortunada cita? —preguntó él.

Aquella pregunta no sorprendió a Paula. Había salido con varios hombres del pueblo y se había ganado la reputación de «diva de las citas», lo cual hacía que resultase más patético aún el hecho de que fuese sola a la boda. Pero no podía mentir. Aunque estuviera tentada, Pedro lo sabría cuando se presentara sola.

—No voy a ir con nadie.

—Entonces te llevaré yo.

Oh, Dios, sentía pena de ella. Era una invitación por compasión, aunque muy amable por su parte. Y eso era un problema. Aquel día le había visto en acción y le gustaba lo que había visto. Era divertido, guapo, y ella había pasado mucho tiempo preguntándose si besaría bien. Podría tachar al menos cinco de las cualidades obligatorias para ella en un hombre. Irónicamente era la número seis de la lista la que suponía un problema. Era el mismo número que lo descartaba automáticamente. Su hermana Carolina le había dicho la edad que tenía; era seis años más joven que ella. Paula siempre había salido con hombres al menos cinco años mayores. Era la diferencia de edad perfecta y parte de su fantasía desde que fuera la niña de las flores en su primera boda a los cuatro años. No la iban a llamar «asaltacunas», pero casi. Y eso era inaceptable.

—Lo siento —dijo, y hablaba en serio—, pero no puedo ir contigo.

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