miércoles, 19 de septiembre de 2018

Paternidad Temporal: Capítulo 52

Tan lejos como llegaba la vista, los bosques verdes acentuaban los picos nevados. Pedro había escalado muchas de las montañas de la zona. A otras había subido en jeep. Pero nada de eso era comparable a estar allí con Paula. Estacionó junto a una placa de madera en honor del reverendo Dyer, el hombre que había llevado la religión y el correo al pueblo minero de Leadville a finales del siglo XIX. Boquiabierta, Paula bajó del coche y se puso una ligera chaqueta vaquera. Se llevó la mano a la frente para protegerse los ojos del sol.

–Oh, Pedro, es increíble. Me siento como si estuviéramos solos en la cima del mundo.

A esa hora del día en fin de semana, el lugar habría estado lleno de turistas, pero era miércoles y Paula y Pedro lo tenían solo para ellos. Deseó entrelazar los dedos con los de ella y besarla, pero empezaban a sentirse cómodos de nuevo. No quería hacer nada que pudiera poner en peligro su nuevo y frágil vínculo. No podía evitar preguntarse si habían puesto en peligro su relación acostándose tan pronto. Había sido fantástico hacer el amor, pero probablemente también un error. Se preguntaba si Paula sentía lo mismo y eso formaba parte de la tensión subyacente entre ellos. Pedro nunca había sido promiscuo. Para él, hacer el amor implicaba un cierto nivel de compromiso. Paula y él eran casi desconocidos pero nunca se había sentido tan cerca de una mujer.

–Gracias por traerme aquí –dijo ella.

–Gracias por venir.

–¿Estás bien? –le preguntó, tocándole el brazo con suavidad.

–Claro. ¿Por qué? ¿Tengo mala cara?

–No. Es solo que estás muy callado. Llevas muy callado desde que arreglamos las cosas.

Un golpe de viento le quitó la gorra de béisbol. Paula gritó y rio intentando atraparla, pero fue Jed quien la recuperó y volvió a ponérsela.

–¿Vas a decirme qué es lo que te preocupa? –insistió ella, tras la breve distracción.

–Para empezar –dió un tirón a la visera de su gorra–, después de traerte hasta aquí lo único que quieres es analizarme.

–No te estoy analizando, Pedro. Estoy mostrando interés por lo que piensas y sientes. Hay una gran diferencia, ¿Sabes? –frunció los labios.

Pedro arrugó la frente. Tenía todas las señales delante: estaba en problemas.

–¿Te ha molestado que me comiera el último donut para desayunar?

Él puso los ojos en blanco.

–¿He roncado o te he acaparado las mantas?

–¿Qué te ocurre? ¿Por qué tanto machaque cuando estamos en un lugar tan bello? –«¿Por qué no vienes a mí y dejas que te abrace?»

–No es machaque.

–¿Y cómo lo llamas tú?

Paula  desvió la mirada para ocultarle sus irracionales lágrimas. ¡Ella lo llamaba frustración! No sabía cuánta pistas tenía que darle para que le agarrara la mano o la besara. Desde que habían hecho el amor, él había adoptado la actitud de no tocarla, y eso la estaba volviendo loca.

–¿Por qué no me besas? –le espetó por fin.

–¿Qué?

–Me has oído.

–Vale, no te he besado porque pensé que no íbamos a volver a hacer eso.

–¿Quién lo ha dicho? –alzó la barbilla, tozuda.

–Yo –Pedro le dió la espalda y empezó a subir por un escarpado sendero de tierra.

–Don Control tiene la última palabra en todo, incluyendo los asuntos del corazón, ¿No? –Paula corrió tras él, sujetándose la gorra con una mano.

–Nadie ha hablado de corazones.

Él siguió andando y ella persiguiéndolo.

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