viernes, 28 de septiembre de 2018

Polos Opuestos: Capítulo 6

Pedro saludó a su jefe, Gonzalo Chaves, mientras conducía a Paula de vuelta por el camino que había recorrido con su hermana. Envidiaba a Sonia. Lautaro era un gran hombre y ambos estaban profundamente enamorados. Tenían toda la vida por delante. Era todo lo que él había deseado una vez.

Los Alfonso habían sido una familia tradicional antes de que su padre se marchara. Pedro aún recordaba cuando era pequeño y se culpaba a sí mismo por haber hecho algo mal. Su madre le hizo ver que no era culpa suya y siguieron hacia delante. Entonces ella murió y  Sonia se hizo cargo de sus hermanos, renunciando a sus posibilidades de ir a la universidad y asumiendo una gran responsabilidad. Tenía recuerdos vívidos de aquel breve periodo en el que había tenido un padre y una madre. Y había deseado tener una familia propia, pero el sueño murió cuando Romina lo abandonó. Ahora simplemente quería divertirse. Con Paula.

Ella tenía la mano sobre su brazo, así que le puso los dedos encima y la miró. Estaba mirando a la gente que ocupaba sus asientos mientras pasaban como si fueran a acusarla de algo malo. Paula no lo sabía aún, pero era él el que tenía intenciones deshonestas. ¿Sabría lo mucho que deseaba besarla? Era tan guapa. El otro día no se había fijado en los hoyuelos de sus mejillas cuando sonreía. Ni en como el rabillo de los ojos se le arrugaba ligeramente cuando se reía. Por no hablar de cómo llenaba el vestido. El corpiño de terciopelo se pegaba a sus curvas y la falda de encaje resultaba de lo más sensual y provocativa. Pero estaba obsesionada con la diferencia de edad. Aunque agradecía su sinceridad, para él solo era un número, y los números no entrañaban ningún misterio. Ella, por otra parte, era un enigma que estaba deseando resolver. Se inclinó y le susurró al oído:

—¿Te he dicho lo guapa que estás esta noche?

La mirada que ella le dirigió fue pícara, descarada y sexy.

—¿Sacas esa frase a relucir para ver si te funciona?

—De hecho no. La he usado a menudo sin una pizca de sinceridad. Pero esta vez lo digo en serio.

—¿Así qué no estás practicando conmigo con la esperanza de obtener beneficios de mi vasta experiencia?

—Para ser una mujer madura —bromeó él—, a tus modales les vendría bien un repaso. Lo normal cuando un hombre te dedica un cumplido es decir simplemente gracias.

—Gracias —repitió ella automáticamente.

Se detuvieron frente a la multitud que estaba apelotonada en el vestíbulo.

—Un cumplido recíproco también estaría bien.

Paula lo miró de arriba abajo, después dió una vuelta a su alrededor, presumiblemente para inspeccionar su trasero.

—Servirás —dijo al concluir la vuelta.

—Vaya —respondió él con un silbido—. Un cumplido así volvería loco a cualquier hombre.

—Oh, por favor. Excluyendo a mis hermanos, puede que haya uno o dos hombres en esta sala más guapos que tú. No puedo creerme que necesites que te suban el ego.

—Mi ego está bien, gracias —le pasó un brazo por la cintura y la llevó a un rincón mientras la gente esperaba a entrar al comedor. Le quitó la mano de encima con gran reticencia—. Me sorprendes. Con cinco hermanos deberías reconocer una broma.

La expresión de Paula se volvió pensativa.

—¿Tú bromeabas con tus hermanas?

—Aún lo hago. Siempre que puedo.

—Y, aun así, te has comportado de manera impecable cuando has llevado a Sonia al altar.

Pedro veía la pregunta en sus ojos. ¿Por qué él y no el padre de Sonia? Pero era demasiado educada para preguntar.

—Mi padre abandonó a la familia cuando éramos pequeños. No lo hemos visto desde entonces.

—Ah.

Pedro vió que el brillo de sus ojos se volvió triste y deseó poder borrar sus palabras.

—Lo siento, no pretendía ser un aguafiestas.

—No lo eres —contestó ella, y miró por encima de su hombro—. Parece que ya dejan entrar a la gente en el comedor. Creo que voy a ponerme a la cola también.

Cuando intentó apartarse, Pedro le puso la mano en el brazo.

—No tan deprisa. ¿Estás intentando darme esquinazo?

—Dado que estamos aquí como amigos sin ataduras, dar esquinazo me parece una expresión muy dura. Pensaba deambular y ver hombres solteros, ahora que tengo el sello de aprobación de Pedro Alfonso y ya no tienen nada que temer.

Él había fijado esos parámetros. Le había parecido la única manera de lograr que Paula le acompañara a la boda. Pero la idea de que un puñado de tíos intentara ligar con ella le daba ganas de dar un puñetazo a la pared.

—¿Sabes qué? —dijo—. Hay una fila de recepción. Saludaremos a los novios y luego te invitaré a una copa.

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