viernes, 28 de septiembre de 2018

Polos Opuestos: Capítulo 8

—¿Por qué?

—Porque probablemente siempre hayas aparentado doce años.

—Gracias, creo —Paula dió un trago a su copa.

—¿Qué va a querer usted? —le preguntó el camarero a Pedro.

—Cerveza. Una botella.

—Enseguida.

—Un momento —le dijo Paula al camarero—. ¿Cómo es que a él no le ha pedido el carné?

El hombre sonrió.

—Porque solo con mirarlo sé que es legal.

Pedro dió las gracias con su botella y juntos atravesaron la pista de baile para buscar su mesa. Paula tenía el ceño fruncido.

—¿Qué te preocupa, pelirroja? —preguntó él.

—Como si no lo supieras —respondió ella entre dientes.

—Siempre he parecido mayor —contestó Pedro encogiéndose de hombros—. Por eso pude hacerme un tatuaje cuando era menor de edad.

—Ni hablar.

—Sí —dió un trago a su cerveza—. Y es una chulada.

—¿Dónde está? Enséñamelo.

—Para eso tendría que desnudarme…

Paula le dirigió una mirada irónica y negó con la cabeza. Una pena. A Pedro le hubiera encantado desnudarla y ver si tenía más pecas en el cuerpo. Se mostraba verdaderamente testaruda con lo de la edad y, si él fuera tan listo como todo el mundo pensaba, tiraría la toalla. El problema era que le gustaba. Era una auténtica llama, y no tenía que ver con el color de su pelo. Se sentía inclinado a aguantar un poco y ver si lograba encender su fuego.

Después de la cena, Paula estaba sentada en su silla viendo a las parejas en la pista de baile. Hasta hacía pocos minutos, Pedro y ella habían sido una de esas parejas, y había disfrutado del roce de sus brazos a su alrededor. Pero entonces su hermana Carolina lo había convocado para bailar los pajaritos. ¿A qué boda que se preciara podía faltarle eso? Todos parecían estar divirtiéndose. ¿Y por qué no? El evento había cumplido con sus expectativas como acontecimiento social del año. Era encantador. Aquella sala parecía tan mágica como el vestíbulo transformado del complejo, con las luces titilantes que envolvían unas ramas blancas y las flores de pascua, que añadían un toque rojo. Las novias estaban perfectas y felices con sus apuestos maridos. Era la fantasía romántica definitiva y Paula empezaba a dudar seriamente que la suya fuese a hacerse realidad algún día. Su hermano Javier eligió ese preciso instante para sentarse a su lado. Su prometida, Vanina Cates, acercó una silla también.

—Hola, hermana.

—Hola. Hola, Laila.

—Hola, Paula—dijo la otra mujer con una sonrisa—. Me encanta tu vestido.

Paula agradecía el cumplido, pero eso no le levantó el ánimo. Deseaba apoyar la cabeza en el hombro fuerte de su hermano, pero él no lo comprendería, porque él había encontrado al amor de su vida. Rubia, de ojos azules y muy guapa, Vanina parecía salida de la revista People. Y el guapo de Javier, con su pelo y sus ojos oscuros, podría salir en el cine si no estuviera comprometido con la comunidad y trabajase como relaciones públicas para la Chaves Oil de Montana.

—Esta noche estás muy guapa —añadió Vanina.

Paula sonrió a su futura cuñada.

—Puede que fuese medianamente atractiva hasta que te has sentado tú.

—Oh, por favor —dijo Vanina, agitando la mano para quitarle importancia al cumplido.

Los ojos de Javier brillaban con orgullo y amor cuando la miró.

—Mi hermana tiene razón.

—¿En qué? —preguntó Paula—. ¿En qué tengo que ponerme una bolsa en la cabeza?

—No, en que la mujer con la que voy a casarme es tan guapa como dulce y cariñosa.

—Sí —contestó Paula—. Si no lo fuera, disfrutaría odiándola.

Vanina se carcajeó y, como todo lo demás en ella, el sonido fue precioso. Lo menos que podía hacer era resoplar.

—Probablemente ese sea el cumplido más sincero que me han hecho nunca.

—Pero es cierto —dijo Paula—. Maldita sea.

—¿No te alegras por mí? —preguntó Javier—. ¿Por nosotros?

—Claro que sí. De verdad.

—¿Qué sucede?

—Todo va bien —si fingía con decisión, tal vez no fuese mentira.

—Mira, Pau, a estas alturas ya deberías saber que no puedes engañarme. ¿Por qué no me cuentas lo que te pasa?

—Porque realmente no deseas saberlo.

—Claro que sí. Los dos queremos —dijo Javier, y Vanina asintió con la cabeza.

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