miércoles, 12 de septiembre de 2018

Paternidad Temporal: Capítulo 36

Aún de la mano, Paula  lo condujo al salón, directo hacia la chimenea, y más allá.

–¿Qué haces con ese juego de Palabras cruzadas? –preguntó Pedro al verla bajarlo de una estantería–. Pensé que íbamos a retozar un poco.

–¿De dónde has sacado esa idea?

–Bueno, como acabamos de besarnos ahí dentro, he supuesto que…

–Ese es tu mayor problema, Pedro–le puso un dedo en los labios–. Puede que yo me preocupe demasiado, pero tú supones demasiado.

–Imposible, «muzjiks» no es una palabra.

–Claro que sí –le aseguró Paula–. Es una variación de plural de m-u-z-hi-k.

–¿Y eso qué es?

–Un campesino ruso –sonrió ella.

–Ya. Tendría que haberlo sabido.

–Ciento veintiocho puntos.

–Me rindo.

–Pero si aún no has escrito tu primera palabra.

–Y ya llevo tanta desventaja que es imposible que te alcance. ¿Hay mejor razón para rendirse?

–¿Y tu espíritu de competición? Mi abuela y yo jugamos a esto todo eltiempo. Pero ella es tan buena que tengo que estudiar el diccionario en el descanso del almuerzo.

–¿Y ahora la ganas? –preguntó él.

–Ojalá –Paula se rió–. Nunca la he ganado.

–¿Tu abuela ha participado en algún torneo? –suspiró y formó la palabra «zumbado».

–Antes de que le fallara la cadera, era campeona del estado de Oklahoma. Pero no creo que haya jugado mucho desde su operación.

–¿Y eso en qué te convierte? ¿En una aprovechada que atrapa a inocentes como yo en partidas de…?

–¡Ja! –estuvo a punto de atragantarse con el cacao que estaba bebiendo–. A ver si te he entendido bien. Tú, Don Besa Maestras Indefensas en el estómago de una vaca de latas, ¿te atreves a llamarte inocente?

Él esbozó una sonrisa que la dejó sin aliento. ¿Había algún hombre más guapo en el mundo? ¿Un hombre al que deseara besar tanto como a él? Era un chico travieso y un hombre fuerte y duro al mismo tiempo. Aunque no debía, anhelaba volver a saborear sus labios.

Jugaron cinco turnos más cada uno, y con cada nueva palabra la confusión de Paula aumentaba. Se preguntaba qué estaba haciendo. No sabía si estaba bromeando o flirteando. Quizás el aire fresco y limpio de la montaña fuera lo que le había hecho olvidar sus votos de alejarse de los hombres, y más en concreto de uno tan supuestamente perfecto como Pedro. Planeaban volver directos a casa por la mañana. Cuando llegaran, seguramente ella recuperaría el buen juicio, pero hasta entonces, estaba cansada de ser buena. Estaba cansada de jugar a Palabras cruzadas. Harta de simular que Pedro no le parecía increíblemente atractivo. Pero, por cansada que estuviera, no podía olvidar que estaba intentando reparar su corazón herido. Ni que, aunque luchara contra ello, lo que sentía por Pedro era más de lo que nunca había sentido por Fernando o por Diego. Era un buena razón para irse a dormir lo antes posible. Simuló un bostezo.

–Estoy agotada. Es hora de irse a la cama.

–Sí, pero hay un problema.

–¿Cuál?

–¿Has olvidado que solo hay una cama?

–Úsala tú. No me importa dormir en el sofá.

–A mí sí me importa. ¿Por qué no compartimos la cama?

Ella dobló el tablero de juego y guardó las fichas de las letras en su bolsa de plástico.

–¿Crees que es buena idea?

–¿Qué pasa? –preguntó él–. ¿No te fías de mí?

Paula  se fiaba de él, pero no estaba segura de poder fiarse de sí misma. ¿Y si cambiaba de postura durante la noche y acababa acurrucada contra él, sintiendo su calor y su fuerza?

–Venga –dijo él, poniendo la pantalla protectora ante el fuego casi apagado. Después, le ofreció la mano–. Vamos a dormir.

No por primera vez ese día, o esa semana, Paula se dejó llevar por su corazón en vez de por su cerebro. Entrelazó los dedos con los de Pedro y dejó que la condujera a la cama.

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