viernes, 7 de septiembre de 2018

Paternidad Temporal: Capítulo 29

–¡Esto es precioso! –exclamó Paula unos minutos después, admirando la panorámica de postal de las montañas nevadas sobre un lago.

No habían encontrado un sitio donde parar en la carretera interestatal, pero estaban llegando a Dillon, un pueblecito al norte de Breckenridge. Paula bajó la ventanilla. En Denver la temperatura había sido de treinta y cinco grados, pero allí no pasaban de los veinticuatro. El aire olía de maravilla: a pinos, agua, tierra y sol.

–¡Oh! –gritó Paula–. Además de ser un sitio precioso, hay un centro comercial de excedentes de fábrica. Ojalá no tuviéramos tanta prisa, podría arruinar mi presupuesto ahí dentro.

–¿Dividimos y vencemos? –sugirió Pedro.

Dejó el centro comercial atrás y entró en la gasolinera.

–Claro. ¿Prefieres que me ocupe de los bebés o de repostar?

–Adivina –dijo él, mirando con rostro compungido a los trillizos que gritaban con furia.

–Bueno, pequeños –Paula se desabrochó el cinturón de seguridad para pasar al asiento trasero–. Parece que me toca a mí. Colaboren.

Palpó los pañales. Uno estaba cargado hasta arriba. Los otros dos parecían estar bien.

–Camila, cielo, vamos a librarnos de tu último regalito –dijo.

Colocó a la nena sobre el cambiador en el otro asiento. Pedro, entretanto, llenaba el depósito. La saludó con la mano y Paula le sacó la lengua. Él le hizo burla. Ella alzó a Camila y se la mostró por la ventanilla. Pedro apretó la nariz contra el cristal y puso una cara divertida. La niña pequeña rió, y la mayor también.

–Tu tío es un encanto, ¿Eh? –dijo Paula, empezando a desabrocharle el body. Camila gorjeó–. Ah, ¿Estás de acuerdo?

Por suerte, los hermanos de Camila debieron de apreciar su cambio de humor, porque se callaron.

–De acuerdo, ¿Con qué? –preguntó Pedro, de nuevo en su asiento.

–No es asunto tuyo. Son cosas de chicas.

–¿Se están riendo de mí?

–Puede –Paula limpió el culito de la niña.

Era increíble lo que podía salir de algo tan pequeño.

–Nena, apestas –dijo Pedro. Camila le sonrió–. Voy a ver si hay mensajes – señaló un teléfono público.

Paula lo despidió con la mano y acabó con su tarea lo más rápido que pudo. Le costaba un gran esfuerzo sobreponerse al efecto que Pedro tenía en ella. Era guapísimo. Le hacía pensar en lo agradable que sería acurrucarse a su lado en noches lluviosas o mañanas de invierno.

–¿Quieres que conduzca? –se ofreció Paula cuando Pedro regresó.

–No. Necesito hacer algo con las manos. Empiezo a estar nervioso por lo que podemos encontrarnos.

–No pensarás que Luciana está herida, ¿Verdad?

–No. Pero estoy seguro de que está muy afectada. Conozco a mi hermana. Ahora me necesita, más que nunca.

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