viernes, 14 de septiembre de 2018

Paternidad Temporal: Capítulo 41

–Necesito un masaje tras todo ese trabajo –dijo Carlos saliendo al porche.

Pedro lo seguía.

–¿Es una indirecta? –Martina sonrió a su marido con indulgencia.  Se puso en pie, le dió la mano e hizo que se sentara en su sitio. Empezó a masajearle los hombros y el cuello. Carlos cerró los ojos y emitió un gemido.

Paula se dió la vuelta. La escena le pareció demasiado íntima. Parecían tan enamorados que casi le dolía mirarlos. Quería tener lo mismo que ellos. Pedro se situó detrás y ella fue consciente de su volumen. Olía a lavavajillas de limón y a la salsa barbacoa de Martina.

–¿Necesitas un masaje? –se inclinó hacia ella, cosquilleándola con su aliento. Ella se estremeció–. ¿Tienes frío?

Paula no tenía frío. Simplemente, era muy consciente del placer que sentía con su mera presencia. Le habría gustado no dudar de sus intenciones, tener el coraje de preguntarle si era cierto que quería salir con ella cuando volvieran a casa. También se preguntaba qué ocurriría si no esperaban tanto y esa misma noche, en la cabaña, él la besara largo y tendido.

–¡Mamá! –gritó Benjamín–. ¿Puedo salir ya?

–Vaya –Martina se rió.

–Serías una policía pésima –bromeó su marido–. Imagínate si trataras a los prisioneros tan mal como a nuestros pobres hijos.

–Ya, claro –le dió un coscorrón en la cabeza pelirroja–. Como si los niños y yo no hubiéramos pasado toda la tarde decorando galletas para el desfile del Día de la Nación. Y ayer llevé a ese diablillo hasta Denver para comprarle la camiseta de su equipo de béisbol –fue hacia la puerta.

–Cuidado, Pedro–rio Carlos–. Protege tu soltería por encima de todo. O acabarás como yo, arruinado y agotado.

–Lo tendré en mente –Pedro rió también.

–¿Mamá? –Valentina asaltó a Martina en la puerta–. ¿Podemos quedarnos los bebés hoy, porfa? Serán buenos y prometo cuidarlos. Estefanía podría venir y ayudarme. Así practicaremos para cuando nos dejen cuidar niños en el pueblo.

–Me parece bien –dijo Martina–, pero tendrás que pedírselo a Pedro. Es su papá temporal.

Valentina se volvió hacia Pedro y lo encandiló con una dulce sonrisa y sus enormes ojos marrones.

–¿Estás segura de que quieres hacerlo? –preguntó él–. Dan mucho trabajo.

La niña asintió con solemnidad.

Ahora que ya no hay prisa, les iría bien una buena noche de descanso antes del viaje –Martina les guiñó un ojo–. Podemos llevarnos la furgoneta y dejarles el coche. Pararemos en la tienda de camino, para comprar pañales y comida. Así mañana solo tendrán que pasar por casa, recoger a los trillizos y ponerse en marcha.

–Parece un buen plan, pero sigo diciendo que es mucho trabajo –Pedro se rascó la cabeza–. ¿Qué opinas tú, Paula?

Paula tragó saliva. «¿Qué pienso? Pienso que una noche a solas contigo en este entorno tan romántico podría ser peligroso».

–¿No sería mejor que los trillizos se quedaran aquí? Tienen montones de cosas –dijo.

–Menos mal que Valentina y yo hemos traído a nuestros hombres –dijo
Martina–. Benjamín, Carlos, ayuden a sacar las cosas de los bebés y a cargar la furgoneta.

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