lunes, 17 de septiembre de 2018

Paternidad Temporal: Capítulo 46

Pedro se despertó con un rayo de sol calentándole las piernas y una mujer maravillosa calentándole el torso. Nunca entendería cómo una persona tan pequeña podía acaparar una cama tan grande y todas las mantas, pero no iba a quejarse de ello. Después de la noche que habían compartido, estaba dispuesto a darle cuanto quisiera. Incluido su corazón. Se frotó el mentón. Solo habían pasado unos días, pero tenía la sensación de estar enamorado. Arrugó la frente. Tal vez no fuera así. Pero hasta que lo descubriera, no iba a luchar contra lo que sentía. Durante más tiempo del que quería recordar, había mostrado una cara alegre a todo el mundo, mientras las travesuras de Luciana lo destrozaban por dentro. Pero tras oír la opinión de Paula había comprendido que ya le había dado a su hermana cuanto podía darle. Eso era suficiente. Luciana no había huido abandonando a sus hijos como él había temido. Había ido a cuidar de su marido. No podía culparla por eso. La belleza que dormía a su lado se movió.

–Buenos días –dijo, pasando la mano abierta por la curva de su espalda.

–Sí que lo son –ella sonrió.

Era increíble lo que esa mujer podía hacerle con una mera sonrisa. Una parte de él deseaba quedarse allí arriba para siempre, sin darle al mundo exterior la oportunidad de interferir. Otra parte quería ponerle un anillo en la mano izquierda y alardear de ella ante todos sus amigos.

–¿Estoy retrasando el viaje otra vez? –preguntó ella, con voz adormilada y sexy.

–No. Como Luciana tardará unos días en volver a casa, no hay prisa. Podemos desayunar las sobras de la cena de Martina, recoger tranquilamente e ir a por los bebés.

Ella hizo un mohín.

–¿Qué pasa? –preguntó él, pasando el dedo por la curva de sus labios.

–Esperaba que hubiera una repetición.

–¿Ya?

–¿No estás a la altura del reto?

–Eso es un ataque en toda regla –Pedro se rió–. Prepárate para ser deslumbrada.

Mientras esperaba en la cama a que Pedro le llevara el desayuno, Paula decidió que lo que acababan de experimentar más que deslumbrante había sido casi milagroso. Se estiró y bostezó, plenamente satisfecha con el entorno y con su acompañante. Habían pasado toda una noche y media mañana sin los bebés y se estaban llevando de maravilla. Todas sus dudas de no gustarle por sí misma no eran más que rastros de inseguridad. Bagaje heredado de Fernando del que necesitaba liberarse. Y en cuanto a su desastroso matrimonio con Diego, estaba más empeñada que nunca en borrarlo de su mente para siempre. Esa era una mañana de nuevos principios.

–¿Tienes hambre? –preguntó Pedro.

Llevaba un plato con restos de costillas y ensalada de patata. El olor de la salsa de barbacoa de Martina hizo que el estómago de Paula gruñera.

–Parece que sí –dijo él con una sonrisa.

–Perdona. Parece que estoy más hambrienta de lo que pensaba.

–¿A qué hora sueles desayunar? –preguntó él, dejando el plato a los pies de la cama. Ahuecó las almohadas y la ayudó a incorporarse.

–A las seis. Casi nunca duermo hasta tan tarde.

–Yo tampoco.

–¿Qué sueles desayunar?

–¿Te refieres a si soy de los que desayunan cereales o avena?

–Exacto –dijo ella mientras él ponía el plato en su regazo y agarraba una costilla–. A mí me gustan los panecillos con queso crema. Y los huevos revueltos. Pero, créeme –agarró una costilla–, esto también me gusta.

–Me alegro. Bueno, te dejaré comer en paz.

«Quédate», deseó decir ella. Pero era evidente qué él anhelaba escapar. Aun así, le pareció que tenía que decir algo.

–¿No quieres comer más? No es que quede mucho, pero podemos compartirlo.

–Estoy bien. En serio, tómate tu tiempo. Yo empezaré a hacer el equipaje.

Por lo visto, eso iba a ser todo. El destino le estaba dando una patadita para recordarle que no se hiciera ilusiones. Paula perdió el apetito de repente. Miró el plato con ganas de echarse a llorar. Después de esa noche… Y de esa mañana… Pedro había sido un amante perfecto. Había satisfecho todas sus necesidades y sus deseos más profundos. No sabía cómo había podido equivocarse tanto con él. Cómo había podido ignorar las señales de advertencia de su mente. «¿Cómo has podido ser tan estúpida? ¿Es que los nombres Fernando y Diego no te dicen nada?», clamó su voz interior. Pedro no se parecía a ellos, pero eso no significaba que fueran a ser una pareja perfecta. Ni que estar con él fuera a abrirle mágicamente la puerta hacia la felicidad. Si acaso, podría ser justo todo lo contrario.

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