viernes, 14 de septiembre de 2018

Paternidad Temporal: Capítulo 42

–Han sido muy amables –dijo Paula, tras despedirse de todos.

Llevó la taza que había utilizado Benjamín al fregadero.

–Sí. Carlos y Martina son buena gente –movió la cabeza–. Los niños han crecido muchísimo.

–Valentina es un encanto.

Abrió el grifo y fregó la taza bajo el agua. Segundos después, estaba seca y guardada en el armario con las demás y Paula no supo qué hacer con las manos. Pedro se inclinó para recoger una servilleta de papel del suelo. La metió en la bolsa de la basura.

–Es un poco raro estar sin los bebés, ¿no?

«Sí», pensó Paula con tristeza. «Solo hay que vernos». Sin los trillizos, no tenían nada en común. Nada de lo que hablar. Quizás eso significaba que no estaban destinados a ser más que amigos.

–Deja que reformule eso –Pedro soltó una risita–. Es raro en el buen sentido. Nunca tenemos oportunidad de acabar una conversación con mis sobrinos presentes. Por ejemplo, esta tarde, cuando me estabas contando tus planes de decorar tu nueva aula como una gigantesca escena submarina. Iba a decirte que me encantaba la idea cuando Mateo nos interrumpió a berrido limpio.

–¿En serio? –Paula ocupó una mano tocando uno de sus rizos–. Pensé que no se te ocurría una forma cortés de decirme que era una idea pésima.

–Diablos, no –apoyó las manos en la encimera–. De hecho, si no te importa, me gustaría ayudar. Soy bastante manitas. Tal vez podría construir uno de esos altillos de lectura que a veces se ven en las guarderías. Podríamos pintarlo para que pareciera una cueva de coral.

–Eso sería genial –dijo Paula, encantada. Cada vez que pensaba en su relación, o carencia de ella, el hombre la sorprendía con un nuevo giro.

–¿Vas a darme la oportunidad de recuperar la honra en Palabras cruzadas? –preguntó Pedro, con una sonrisa tan deslumbrante que la dejó sin aire.

–¿Seguro que te atreves? –lo pinchó ella.

–Claro que sí. Anoche ni siquiera me esforcé. Hoy estás perdida.

Una hora después, sentado en el suelo, ante el fuego de la chimenea, Pedro emitió un gruñido.

–Por favor, dime que no has vuelto a machacarme.

–Si es lo que quieres oír, te lo diré –Paula, sonriente, guardó las letras en la bolsa–. Pero nunca conseguirás ganarme. Tengo demasiada sangre de mi abuela circulando por las venas.

Él movió la cabeza y luego la sorprendió agarrándole la mano.

–Gracias –le dijo con voz ronca.

-¿Por qué? –apretó su mano suavemente y luego se soltó para guardar el tablero en la caja.

–Por hacerme olvidar, al menos esta última hora, lo increíblemente imbécil que he sido.

–Yo no diría tanto –ella hizo una mueca–. Te has preocupado en exceso, pero no has sido un imbécil. Quieres a tu hermana. Y por ese amor has puesto tu vida en suspenso para buscarla. ¿Qué tiene eso de malo?

–¿Te han dicho alguna vez que eres tan buena que pareces increíble?

–No. Pero sí que me ocupe de mis asuntos y me busque una vida propia. En mi anterior trabajo, mis colegas se cansaron de que opinara sobre su relación con sus maridos y la educación de sus hijos cuando yo no tenía una cosa ni otra.

El saber tanto sobre Pedro pero no haberle contado apenas nada sobre su pasado le remordía la conciencia. Se merecía saberlo todo. Pero no podía abrirse del todo. Aún no.

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