lunes, 24 de septiembre de 2018

Paternidad Temporal: Capítulo 62

Pedro entró en la cocina y se encontró con una escena tórrida.

–Demonios, chicos, busquen una habitación.

–Buena idea –rió Luciana–. Marcos, voy a por los bebés, tú empieza a cojear hasta el coche. Para cuando yo acabe, quizás hayas llegado.

–Ja, ja. ¿Es siempre tan desagradable con la gente herida? –le preguntó Marcos a Pedro.

–Por desgracia, sí –Pedro encendió la luz del lavadero–. ¿Dónde diablos puede estar Paula?

–¿No habrá ido a por algo a su piso? –Luciana empezó a subir la escalera–. Échame una mano. Estoy segura de que volverá enseguida.

Cuando la hermana de Pedro y familia salieron de allí, eran las diez de la noche. Ni Paula estaba en su piso, ni su coche estaba en el estacionamiento. Pedro volvió a casa para ver si había una nota diciendo que iba a la tienda o algo así. No encontró nada. Se preguntó por qué se había marchado así, sin decir palabra. Ese era el estilo de Luciana, pero no el de Paula. Ella era muy responsable. Seguramente no había querido interrumpir su reunión con Luciana y había ido a la tienda a por pan y leche. Suspiró. En su opinión, ya habían jugado bastante Busca a la persona amada esa semana. Aunque pareciera imposible, en eso se había convertido Paula. En su persona amada. Su todo. No sabría qué hacer sin ella. Controlando su ansiedad, deseó no tener que descubrirlo nunca. Agarró el mando de la televisión, puso un partido de béisbol y se sentó en el sofá a esperar.


–No te asustes, abuela. Soy yo –Paula tecleó el código para que no saltara la alarma. Inhaló el aroma a popurrí de canela que siempre le había proporcionado sensación de calma y bienestar. Sí, ese era su auténtico hogar, y no quería volver a dejarlo nunca.

–Pero bueno, chica –dijo Abu–. ¿Qué haces aquí a esta hora de la noche?

–Te echaba de menos –Paula forzó una sonrisa e intentó sonar animada–. Así que decidí venir de visita.

Su abuela encendió la luz del vestíbulo, arruinando el intento de camuflaje de Annie.

–Has estado llorando. Ven, prepararemos cacao y me lo contarás todo.

–No hay nada que contar.

–Nunca me has mentido con éxito –la anciana de pelo blanco frunció los labios–. No creas que vas a empezar ahora. En marcha.

Agradeciendo que alguien dirigiera su desastrosa vida, aunque fuera un rato, Paula obedeció.

A medianoche, Jed llamó a su amigo Ferris a la comisaría. Cuando le transfirieron la llamada, Daniel tuvo el descaro de reírse de él.

–¿Me estás diciendo que ya has perdido a otra mujer?

–Maldición, Daniel, no tiene gracia. Paula no se iría sin más. La conozco como a mí mismo.

–¿La conoces tanto como a tu hermana? Ese asunto lo fastidiaste bien, amigo. Si hubieras sido paciente, como te pedí, habríamos encontrado a Luciana antes que tú y tu nueva amiguita cruzarais la frontera del estado. Te dejé al menos media docena de mensajes. Si no hubieras olvidado tu móvil en casa te habrías…

–Lo sé, lo sé. Me habría ahorrado un inútil viaje de mil doscientos kilómetros –Pedro se frotó la frente. Se había perdido todos esos mensajes porque, para su vergüenza, había usado una clave de acceso remoto equivocada. Ese error lo acompañaría hasta la tumba–. Créeme, sé mejor que nadie que metí la pata hasta el fondo.

–Tú lo has dicho –dijo Daniel, sarcástico.

A Pedro le fue fácil imaginarse la expresión de condescendencia de su amigo en ese momento. Sin duda, todos sus amigos pensaban que era un idiota, pero tenía que defenderse.

–Paula es diferente –arguyó, consciente de que sonaba como un loco–. No puedo explicarlo. Sé que es la única mujer para mí, amigo, pero se ha ido. Ya han pasado unas horas y…

No hay comentarios:

Publicar un comentario