lunes, 3 de septiembre de 2018

Paternidad Temporal: Capítulo 19

–No, no, no –dijo Pedro. Tras comprobar su contestador, aún sin mensajes, estaba de pie ante la puerta del famoso Museo del maíz, quitándose el sombrero de espata de maíz que Paula le había puesto cinco segundos antes–. Te he dicho que solo he parado para que los bebés dejaran de llorar. En cuanto se tranquilicen, nos iremos.

–Vale, pero ¿Qué tiene de malo divertirse un poco por el camino? –se puso de puntillas y volvió a ponerle el sombrero–. Sonríe.

Sin darle tiempo a quitárselo, le sacó una foto con la cámara desechable que había comprado en la tienda de regalos La mazorca.

–¿Por qué has hecho eso? –Pedro devolvió el sombrero a la estantería.

–Tú me has comprado esta estúpida camiseta y has insistido en que me la pusiera –dijo Paula–. ¿Por qué no ibas a estar tú igual de ridículo? –miró la mazorca estampada en la camiseta blanca. Encima ponía Quiero saber maíz de tí.

Al principio ella no había entendido el chiste. Pedro había tenido que explicárselo: más-maíz. Con la camiseta pretendía dejar claro que él era el gracioso. Incluso había tenido el descaro de recordarle su pésimo chiste sobre el teléfono frito servido con salsa tártara o de tomate.

–¿Sabes por qué quería que te la pusieras? Porque yo tengo sentido del humor y tú no.

–Eso no es verdad –protestó ella, agitando la cámara con una mano y acunando al lloroso Mateo con la otra–. Y lo demostraré revelando estas fotos y enseñándoselas a tus conocidos.

–Eso no es gracioso. Es chantaje –intentó parecer enfadado, pero no pudo ocultar la sonrisa que brillaba en sus ojos.

Pedro, empujando el cochecito entre las vitrinas llenas de datos sobre el maíz, silbó con asombro.

–¿Sabías que la caja de palomitas más grande de Estados Unidos medía quince metros de largo, tres de ancho y tres de fondo? Me pregunto si llevaban mantequilla.

Mateo aulló con más fuerza.

–¿Has pensado en nuestro horario? –le preguntó Pedro a Paula. Miró a su sobrino con cansancio.

–Unos minutos más paseando y se calmará.

Pedro contestó a su sonrisa tranquilizadora con una mueca escéptica. Pasaron junto a otra vitrina.

–Mira –Pedro señaló la maqueta de un pueblo–. Los primeros molinos de vientos datan del siglo VII, en Persia, y se usaban para moler maíz.

–Ten cuidado –Paula le dió un codazo en las costillas–. Alguien podría pensar que te estás divirtiendo.

Él hizo una mueca y siguió leyendo. Mateo siguió llorando. Al fondo de la sala había una voluntaria de mediana edad, vestida con larga falda de pionera.

–¿Les gustaría probar palomitas preparadas al estilo pionero?

Paula se mordió el labio inferior. Sin duda, Pedro le daría a la mujer una charla sobre lo insalubre que era esa forma de preparación.

–Sí, por favor –Pedro aceptó una bolsa de papel de la mujer y se volvió hacia Paula–. ¿Quieres una? –preguntó.

Paula lo miró boquiabierta. Incluso a Mateo debió de asombrarlo la cordialidad de su tío, porque su llanto se acalló.

–Claro –aceptó Paula.

Alabó mentalmente el poder del maíz. Él le dió su bolsa y aceptó otra de la mujer. Tras escuchar una breve charla sobre la preparación del tentempié, vieron una exposición de muñecas de espata de maíz y otra sobre las típicas fiestas del maíz de los indios americanos. Por fin llegaron a la puerta que anunciaba «la mazorca más grande del mundo».

–Tras crear tanta expectación, ahora debería sonar un redoble de tambor –dijo Pedro. Le quitó la cámara–. Pon el cochecito delante del cartel y les sacaré una foto.

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