miércoles, 12 de septiembre de 2018

Paternidad Temporal: Capítulo 40

–No he venido hasta aquí solo –dijo Pedro. Le dolía la cabeza de puro remordimiento.

–Los bebés también están invitados, claro. Marta preferirá verlos a ellos que a nosotros.

–Hay alguien más –dijo Pedro.

–¿Ah, sí? –su amigo lo miró de reojo–. ¿Quién? ¿Contrataste a una abuelita para que te ayudara con los trillizos?

–Se llama Paula. Es una vecina.

–¿Una vecina tipo abuelita, o tipo tía buena?

«Tipo tía buena. Muy buena», pensó Pedro.

–Solo una vecina –se encogió de hombros.

–Esa clase de vecina, ¿Eh? –Carlos volvió a carcajearse–. Por fin vamos tener un poco de diversión por aquí. Nosotros llevaremos la comida.


Martina, la nueva amiga de Paula, apoyó los pies en la barandilla del porche y suspiró.

–Es un gusto tener a Pedro por aquí. Carlos nunca se ofrece voluntario a fregar los cacharros.

–¿No? –Paula tomó un sorbo de vino de melocotón.

Martina tenía indigestión y estaba bebiendo gaseosa de limón.

–Yo diría que pretende impresionarte –comentó Martina.

–No, Pedro solo está siendo educado.

–Te creía más lista –Martina le dió una palmadita en la rodilla–. Conozco a Pedrode toda la vida y nunca le han gustado las tareas del hogar. ¡Benjamín! –le gritó a su hijo de siete años–. ¡Baja de ahí ahora mismo!

El niño no obedeció.

–Disculpa. Tengo que ponerme seria o se caerá y pasaremos el resto de la noche en urgencias.

Martina bajó del porche y fue a por su hijo. Paula tomó otro sorbo de vino. No creía que Pedro se hubiera ofrecido a recoger después de la cena para impresionarla. Intentaba compensarla por arrastrarla hasta allí arriba para nada. Pedro no sabía que hacía años que ella no disfrutaba tanto. Tras saber que Luciana y su marido estaban bien, habían pasado un gran día. Pronto emprenderían el regreso a casa. Empezaría su nuevo trabajo y pasaría las tardes redecorando en vez de escuchando la risa de él, que en ese momento resonaba en la casa. Era un sonido delicioso. Toda la noche había estado llena de risas y por fin había visto el lado juguetón de la personalidad de él. Se preguntaba si era siempre así, o si se trataba de un subidón de adrenalina provocado por saber que su hermana estaba bien.

Martina volvió al porche seguida por Benjamín.

–Entra y no salgas hasta que te dé permiso.

–Pero mamá, yo…

–Ahora –Martina apoyó las manos en las caderas–. Ya tengo dolor de estómago. Lo último que necesito es discutir contigo.

El niño bajó la barbilla y obedeció. Martina le guiñó un ojo a Paula.

–Carlos es muy relajado con la disciplina. Siempre acabo haciendo yo el papel de mala.

–Pues yo creo que tus hijos se portan muy bien. Sobre todo Valentina. Es increíble cómo ha cuidado de los bebés toda la noche.

–Sí, adora a los pequeñines. Carlos y yo hemos pensado en tener más, pero ya nos cuesta esfuerzo vestir y alimentar a estos dos. No sé cómo nos apañaremos cuando vayan a la universidad. ¿Han hablado Pedro y tú de tener hijos?

Paula se alegró de no estar bebiendo cuando oyó la pregunta, porque se habría atragantado.

–Apenas nos conocemos. Solo somos vecinos.

–Puede. Pero tengo un sexto sentido sobre estas cosas. Tienen un largo camino por delante.

Paula, prefirió no discutir y dejar que pensara lo que quisiera. Aunque Martina tuviera un sexto sentido, ella tenía un gran sentido de la realidad.

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