lunes, 24 de septiembre de 2018

Paternidad Temporal: Capítulo 64

Al dÍa siguiente, Paula se sentó al sol en el rincón que su abuela destinaba a los desayunos. Afuera seguramente estaban ya a treinta grados, pero la casa le parecía tan fría como la mañana después de Navidad. Se sentía defraudada. Ya había abierto todos los regalos. Le habían echado calcetines y ropa interior en vez de la casa de Barbie y una caja de pinturas. Había visto una gran promesa en Pedro. El potencial de una felicidad duradera. Pero Diego también le había parecido bien al principio. No se había casado con él a sabiendas de que se convertiría en un maltratador de esposas. Se tironeó del pelo. No sabía cómo había podido equivocarse tanto con Pedro. Al principio había creído que era como Fernando, que la estaba utilizando para cuidar de Camila, Joaquín y Mateo, pero era mucho peor. Y todo el tiempo que habían estado juntos, le había ocultado su lado oscuro. Había simulado ser alguien que no era. Había dicho que la amaba, pero incluso eso era mentira. Todo. Cada beso, caricia y mirada. Cada conversación que había parecido unirlos…

–El café huele de maravilla –dijo su abuela, entrando en la cocina–. ¿Has hecho para dos?

–Para una docena.

–¿Una noche dura? –preguntó la abuela Rosa.

–Una vida dura –contestó Paula.

–¿Estás ya lista para hablar?

Paula no lo estaba, pero sabía que su abuela llegaría al fondo del asunto antes o después. Así que era mejor emprender la tortura de explicarlo. Tomó un sorbo de café y dejó escapar un suspiro.

–Imagino que esperas una historia larga y tenebrosa, pero la versión resumida es que conocí a un tipo, pensé que era el hombre de mi vida y resultó ser igual que Diego.

–¿Estamos hablando de Pedro? –su abuela frunció los labios y movió la cabeza.

–Sí. ¿De cuántos tipos crees que puedo enamorarme en menos de una semana? Espera, nunca te he hablado de él. ¿Cómo…?

–Tengo mis métodos –dijo su abuela. Agarró uno de los tazones amarillos que colgaban bajo un armario–. Es el que me dió la lata por teléfono. Me pidió permiso para llevarte a Colorado.

–¿Qué? –si Paulahubiera tenido el tazón en la mano, lo habría dejado caer.

–¿No te lo contó?

–No, claro que no.

La abuela movió la mano como si la bomba que había dejado caer no tuviera importancia.

–¿Sabes lo que significa eso? Sabe dónde estoy. Ha hecho una de esas lunáticas búsquedas en Internet y ahora se convertirá en acosador y…

–Para –puso su mano nudosa sobre la de Paula–. Cariño, con este no te falló el instinto. Al menos eso creo, porque a mí me dió muy buena impresión. No buscó mi número en Internet, sencillamente llamó a información. Cuando telefoneó, me explicó quién era y cómo te había pedido que lo acompañaras a buscar a su hermana. Al principio me preocupé, así que le pedí que viniera a tomar café, ya que solo estoy a una hora de Pecan. Vino con los bebés. Un vistazo a sus ojos llenos de cariño y temor por su hermana y supe que estarías en buenas manos. Ví…

–¿No te parece raro que no me dijera que se había encontrado contigo?

–A mí me pareció raro que no te tomaras el tiempo para decirme que ibas a salir del estado con un desconocido –dijo la abuela, encogiéndose de hombros–. Pedro dijo que no quería que supieras que había venido, porque pensarías que era una tontería. Y, a juzgar por tu expresión, tenía razón. Pero piénsalo. Hoy en día, ¿qué clase de hombre se preocupa lo bastante por una mujer para pedirle a su abuela permiso para llevarla de viaje?

–Trucos –Paula se dió un golpecito en la sien–. ¿No lo ves? Quería que creyeses que era amable y considerado. Pero eso es una apariencia. Por dentro es un maniaco del control, igual que Diego. Anoche se puso a gritar. Sé lo que  viene después.

La abuela de Paula se sirvió café y fue a sentarse con ella. Tenía los ojos húmedos.

–Tendrían que haber encerrado a Diego para siempre por lo que te hizo.

–Por fin estamos de acuerdo en algo.

–En realidad no –contradijo su abuela–. Al menos, no por las razones que crees.

–¿Qué? Es un monstruo. Eso está claro.

–Sí –la abuela agarró una servilleta de papel y se secó los ojos–. Es un enfermo por lo que te hizo físicamente, pero lo que le hizo a tu corazón, Paula, eso es el auténtico crimen. Le has dado mucho poder. Tus pensamientos y acciones están tan marcados por lo que hizo que ni siquiera confías en tu sentido innato del bien y del mal. Es cierto que a Pedro le gusta tener el control, pero a diferencia de Diego, que lo necesitaba para elevar su escasa autoestima, Pedro lo hace para asegurar el bienestar de la gente a la que ama. Como a su hermana. Y a tí, Pau. A tí.

–Tú no estabas allí anoche –Paula movió la cabeza y tragó para deshacer el nudo que tenía en la garganta–. No lo oíste gritarle a Luciana.

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