viernes, 21 de septiembre de 2018

Paternidad Temporal: Capítulo 57

–Allá va ese labio tembloroso –dijo con esa sonrisa lenta y sexy que ella adoraba–. Créeme, no tienen nada que ver contigo. Me estoy preguntando qué diré cuando vea a Luciana.

–¿Qué quieres decir? ¿No te alegrarás de verla, sin más?

–Claro que me alegraré de que esté en casa sana y salva –encogió los hombros–, pero es más complicado que eso.

–¿Por qué?

–Simplemente, lo es. Pero no debería serlo, así que me callaré.

–No te calles. Adelante, explica lo que sientes.

–Ese es el asunto –la atrajo hacia sí y jugueteó con uno de sus rizos–, Ni siquiera lo sé, excepto cuando pienso en lo que siento por tí.

–¿Y qué es eso? –lo pinchó ella.

–Algo bueno –la besó en la cabeza–. Muy, muy bueno.




–Te echaré de menos –dijo Martina, casi sofocando a Pedro con su abrazo.

Carlos salió con Paula a llevar las últimas cosas a la furgoneta.


–Apenas me has visto –respondió él, devolviéndole el abrazo.

–Lo sé, pero tenerte por aquí me recuerda a los viejos tiempos. Cuando éramos niños en verano y todo era diversión, sin responsabilidades –se limpió unas lágrimas.

–Paula y yo volveremos para Año Nuevo. Quiere emparejar a su abuela con Alfredo.

–Ya me lo ha dicho –Martina rió entre lágrimas–. Me parece una gran idea.

–Entonces, ¿Por qué sigues llorando?

–Ay, Pedro. Estoy embarazada. Hace días que lo sospechaba, pero esta mañana me he hecho una prueba de embarazo. Carlos no lo sabe aún.

–¿Y por qué las lágrimas? A él le encantará.

–No. Económicamente hablando, apenas podemos permitirnos los dos que tenemos –lloró con más fuerza.

Pedro no sabía qué decir ni qué hacer, aparte de abrazarla. El aspecto financiero de tener hijos era un tema serio. Aunque estaba feliz con cómo iban las cosas con Paula, habían hecho el amor dos veces sin protección. Podría estar embarazada. Él tenía ahorros, más que suficientes para casarse con ella, si llegaban a eso. Pero no tenía bastante para criar y mantener a un bebé o bebés. Aun así, si Paula le dijera que esperaba un hijo o una hija suya, se alegraría, aunque eso pudiera ocasionarles problemas financieros. Lo mismo le ocurriría a su buen amigo Ditch cuando oyera la noticia de que su familia iba a crecer.

–¿Quieres que se lo diga yo? –se ofreció, tras comentarle lo que pensaba.

Ella se sorbió la nariz y movió la cabeza.

–Creo que enviaré a Valentina y a Benjamín a casa de la madre de Carlos este fin de semana. Se lo contaré mientras comemos filete y patatas asadas con mantequilla. Así estará de buen humor.

Pedro se rió.

–Estamos listos –Paula se acercó a Pedro desde atrás y rodeó su cintura con los brazos–. Hum, te he echado de menos.

Martina le dedicó a Pedro una sonrisa esplendorosa.

–Estoy deseando que Carlos me pague el masaje de treinta minutos que me debe por perder la apuesta.

–Aún me cuesta creer que hayan apostado sobre si Pedro y yo… ¿Martina? ¿Qué te pasa? Parece que has estado llorando –dijo Paula.

–¿Y Carlos? –consiguió preguntar ella.

–Afuera, con los niños –dijo Paula–. Benjamín pegó un chicle en una de las ruedas del cochecito y lo ha obligado a rascarlo.

–Es tan buen padre… –Martina rompió a llorar otra vez.

Paula corrió a su lado y le puso un brazo sobre los hombros.

–Por favor, dime qué ocurre.

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