lunes, 24 de septiembre de 2018

Paternidad Temporal: Capítulo 66

Alzó la vista y vio a Jed mirando por la ventana que había junto a la puerta. Se le secó la boca.

–Hola –dijo él con esa voz que ella adoraba.

No sabía por qué había huido de él. Su dulce y querido Pedro. Ella no se lo merecía. No se merecía a nadie…

–Me diste un susto de muerte –dijo él, empujando la puerta y entrando–. ¿Por qué no me contaste lo de tu ex?

–Mi abuela es una bocazas.

–Yo no diría eso. A mí me gusta. Creo que tenías razón, tenemos que emparejarla con Alfredo.

–Oh, Pedro–Paula fue hacia él y se agarró a su cuello sollozando–. Por favor, abrázame.

Él lo hizo. Con fuerza y cariño.

–Cuando te oí gritándole a Luciana, algo explotó en mi interior. No sé qué me ocurrió. Mi matrimonio con Diego acabó hace años. Apenas duró tres meses – paró para tomar aire–. Abu estaba enferma, le habían diagnosticado cáncer de mama y creía que iba a perderla y me quedaría sola en el mundo. Entonces lo  conocí en una fiesta y me pareció la respuesta a todas mis plegarias. Cuidaba de mí, pero había indicios negativos que ignoré. Cuando a la abuela se le cayó el pelo, se burlaba de ella con sus amigos, creyendo que yo no lo oía. Al principio fueron detalles pequeños, pero debería haberles prestado más atención. Sabía que era malo, Pedro, pero me sentía insegura y me asustaba la soledad. Al final, con él descubrí que hay cosas que dan mucho más miedo que estar sola.

Empezó a llorar con desconsuelo. Pedro se limitó a abrazarla. Pasados unos minutos, la alzó en brazos y la llevó al sofá.

–Vamos a ir más despacio –dijo él, apartándole el pelo de la frente para besar sus cejas y sus mejillas–. Si te parece bien, me gustaría que tuviéramos al menos cien citas. Después, cuando estés convencida de que nunca querría ni podría hacerte daño, quiero que consideres la posibilidad de ser mi esposa. ¿Crees que podrías hacer eso?

Aún llorando, pero esa vez lágrimas de júbilo, asintió contra su pecho. Adoraba su olor a verano, montañas y bosques. Sentada en su regazo, abrazada a su cuello, Paula liberó años de tensión. Era un hombre gentil y fuerte. Lo bastante fuerte para protegerla a ella, a sus hijos, a su abuela, a Luciana y a su marido, a los trillizos y a toda la familia junta. Se sentía más fuerte. Por fin se había perdonado por involucrarse con perdedores como Fernando y Diego. De repente, en brazos de Pedro , dejó de sentirse sola para sentirse unida a muchas personas. Ya no quería pasar los sábados por la noche leyendo revistas de decoración y pintando el cuarto de baño. Quería sentarse a la mesa a jugar a Palabras cruzadas o a las cartas, riendo y charlando hasta que no tuvieran nada que decirse. Pero estando juntos, siempre tendrían historias que contar. Y risas. Y amor.

–¿En qué piensa esa cabecita tuya?

–En lo feliz que soy. Y en cuánto siento haber dudado de tí. Te oí levantar la voz y me volví loca.

–Si te hubieras molestado en hablarme de tu ex, habría sabido que no debía alzar la voz en tu presencia –le secó las mejillas con los pulgares.

–No puedes andar de puntillas por miedo a asustarme –dijo Paula–. No sería justo.

–Tú no puedes seguir teniendo miedo.

–Lo sé. Por eso quiero hablar de esto con un profesional. Lo que tenemos es demasiado especial para arriesgarnos a perderlo por culpa de mis fantasmas.

–¿Tu ex vive en esta zona?

–Lo último que supe de él fue que se había trasladado a Los Ángeles, para ser entrenador personal de los famosos. Solo le importaba su físico. Quería tenerme cerca como objeto decorativo. No le gustó nada que yo quisiera más.

–¿Por eso dejaste la carrera?

–Sí. Menuda estupidez, ¿Eh?

–Considerando lo que te hizo pasar, yo lo llamaría instinto de supervivencia.

–Abrázame. Y si alguna vez vuelvo a saltar así, recuérdame quién eres y lo que compartimos.

–Eso haré –la apretó contra sí.

No la soltó hasta que su pulso recuperó la normalidad y sus ojos se secaron. Hasta que se sintió lo bastante segura para enfrentarse al mundo.

–Odio arruinar este momento, sobre todo porque me encanta tenerte entre mis brazos, pero ¿No se está quemando algo?

–¡El pollo de la abuela! –Paula se levantó de un salto y corrió a la cocina– Espero que no sea demasiado tarde. Le ha dedicado mucho tiempo.

Pedro se puso un guante de cocina y levantó la tapa de la cacerola.

–A mí me parece que está bien.

–No puede ser –Paula removió el guiso con una cuchara de madera–. Puaj. La abuela se va a disgustar mucho.

–¿Qué le pasa?

–Mira –se apartó para que Pedro viera el centímetro de salsa requemada que había al fondo de la cazuela.

Apagó el horno y comprobó de un vistazo que los bollos de pan no habían tenido mejor suerte. Pedro puso la cazuela en el fregadero y la llenó de agua caliente.

–Ahora que lo pienso, tengo bastante hambre. Una comida casera me habría venido muy bien.

–No guiso tan bien como Abu, pero la despensa y el congelador están bien abastecidos. Puedo preparar algo.

–¿Seguro? Podríamos salir –puso la mano en su hombro desnudo y ella se inclinó hacia él.

De repente volvía a ser el día de Navidad, pero esa vez se habían cumplido todos sus deseos. Le habían traído las pinturas. Y la casa de Barbie y un Ken perfecto, por añadidura. Solo que se llamaba Pedro. Y era mucho más guapo.

–Veamos –Paula abrió el congelador–. Filetes, chuletas, espaguetis, gofres.

–¿Por qué no cenamos un desayuno? Prepara tú los gofres. Yo hago unas tortitas de escándalo.

Mientras ella sacaba los gofres, Pedro se movió a su alrededor, buscando los huevos en la nevera. Y en ese momento de camaradería, Paula supo que había encontrado su nueva familia, su hogar.

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