viernes, 28 de septiembre de 2018

Polos Opuestos: Capítulo 9

Paula miró a la feliz pareja y se sintió más sola aún. Aquella sala estaba llena de parejas felices y eso era fácil de ver cuando una no formaba parte de eso. Sobre todo cuando había trabajado tanto para que sucediera. Había salido con muchos hombres, pero ninguno de ellos era su príncipe y su final feliz no parecía estar a la vista.

—Creo que me pasa algo —dijo finalmente.

—¿De qué estás hablando? —preguntó Javier con el ceño fruncido.

—Sería más fácil si pudiera achacar mi soltería a la escasez de hombres. Pero nadie se tragaría esa excusa porque he salido con más hombres que cualquier chica en la historia de Thunder Canyon.

—Ya nos hemos dado cuenta —contestó su hermano.

—No empieces. El tema es que, entre tantos hombres, una pensaría que habría una chispa, química, algo de esperanza, pero no. No hay magia. No hay chispa.

Excepto con Pedro Alfonso. Era la prueba de que el destino tenía un retorcido sentido del humor. Desde que había pasado a recogerla para ir a la boda, había sentido un cosquilleo en la piel. Estar cerca de él le provocaba presión en el pecho, por no hablar de los escalofríos mientras bailaban. Paula se quedó mirando a su hermano.

—Los hombres que he conocido son todos geniales, así que la única conclusión posible es que me ocurre algo. Tal vez mis expectativas sean demasiado altas.

—Tal vez tengas miedo —sugirió Javier.

—¿De qué?

—De que te hagan daño. No has tenido una relación larga desde aquel imbécil de la universidad.

A Paula le sorprendió no solo que su hermano hubiera prestado atención a su vida amorosa, sino que se acordara. Y el recuerdo no debería seguir haciéndole daño, pero así era. Deseaba cambiar de tema, pero esquivar la pregunta le daría más poder al pasado del que debería tener. Miró a Vanina.

—Cuando estaba en la universidad, salí con un estudiante de Medicina. Estuvimos juntos más de un año y yo estaba enamorada de él. La graduación se acercaba para ambos y llegó el momento de comprometerse con la relación o pasar a otra cosa. Él pasó.

—¿Por qué? —Vanina miró a Javier, que asintió con la cabeza.

—Yo creía que solo necesitábamos amor —se encogió de hombros—. Él escogió la medicina antes que el matrimonio.

—Es una pena —los ojos de Vanina brillaban con compasión—. Parece que no era el momento.

Aparentemente ese era el fallo de Paula; se sentía atraída por hombres cuando no era el momento. El único que le interesaba había nacido demasiado tarde. O ella demasiado pronto. En cualquier caso, eso hacía que estuviese mal.

—¿Me disculpan? —preguntó Vanina—. Voy al cuarto de baño.

—Te estaré esperando —había amor y deseo en los ojos de Javier mientras la veía abrirse paso entre la multitud hacia la puerta.

Paula  sentía envidia y placer a partes iguales al ver que ambos se habían encontrado. Quería a su hermano y deseaba que fuera feliz.

—Es de las buenas.

Él asintió.

—Pedro Alfonso y tú parecían muy acaramelados en la pista de baile.

Con aquellas palabras, Paula se preguntó si su hermano se habría convertido en adivino. No estaba segura de qué le molestaba más: que la hubiese visto con Pedro o que tuviera razón con lo de acaramelados. Si él se había dado cuenta, seguramente otra gente también. Eso era justo lo que había querido evitar.

—¿De qué estás hablando? ¿Acaramelados?

—Vanina lo ha mencionado.

—¿Qué?

—Que Pedro y tú parecían estar pasándolo muy bien —respondió su hermano—. Ella tenía la esperanza de que eso significara que las cosas empiezan a salirle mejor.

—¿A Pedro? No lo comprendo.

Javier se encogió de hombros.

—Al parecer tuvo una mala experiencia en el amor.

Sin duda su hermano había malinterpretado a Vanina. Era difícil creer que alguien tan guapo, sexy y listo como Pedro no tuviera a las mujeres rendidas a sus pies.

—¿Qué ocurrió?

—Ni idea. Fue antes de que me mudara a Thunder Canyon.

Paula intentó no mostrar curiosidad por el pasado de Pedro. No era asunto suyo. Dado que le había sacado de la lista de posibles pretendientes, nada de lo que hubiera ocurrido le resultaría impactante. No eran más que amigos. Pero los amigos se preocupaban los unos por los otros. Y confesaban sus preocupaciones. Ayudaría conocer los detalles de su mala suerte.

—Probablemente Vanina conozca la historia —sugirió ella.

—Probablemente —convino Javier.

—Deberías preguntarle.

—¿Por qué? —preguntó su hermano con escepticismo.

Paula no podía mirarlo a los ojos. Giró la cabeza y vió al hombre en cuestión acercándose a ellos con una cerveza en una mano y una copa de vino blanco en la otra.

—Por nada —dijo ella—. Es un buen tipo y no me imagino qué mujer en su sano juicio podría dejarle plantado.

—Tal vez sea eso.

—¿Qué?

—Probablemente no estuviese en su sano juicio —respondió Javier.

—Deberías preguntarle a Vanina.

Javier entornó los ojos.

—Pareces muy interesada.

 —No tanto —se obligó a aparentar indiferencia cuando en la cabeza le bullían las preguntas—. Solo que somos amigos.

—De acuerdo.

—¿Entonces descubrirás lo que ocurrió?

—Le preguntaré a Vanina.

—¿Lo prometes?

—¿Quieres que te lo jure?

Sí, quería, pero nunca lo diría.

—Una promesa solemne de hermano es suficiente para mí —bromeó.

 Javier miró hacia la puerta, obviamente en busca de Vanina.

—Creo que iré a buscar a mi dama.

—Me parece buena idea.

Se puso en pie y le dió un toquecito en la nariz.

—No te pasa nada, Pau. Si alguien dice lo contrario, le daré una paliza.

—Me gustaría —convino ella riéndose.

—En serio, si me necesitas, ahí estaré.

—Lo sé.

Le vió alejarse y reunirse con su amor en la puerta.

—¿A quién va a pegar Javier? —preguntó Pedro dejando el vino blanco frente a ella.

—A los tipos con tatuajes —había algo más sobre aquel hombre en particular que despertaba su curiosidad.

Simplemente estaba siendo entrometida. La curiosidad era mejor que sentir pena de sí misma. ¿Y acaso eso no era estúpido? Tenía un gran trabajo. Una familia que la quería. Y los Chaves no se rendían. No tenía pareja aquel día, ¿Pero y al día siguiente? Cualquier cosa era posible. Aun así, cuando Pedro dejó la copa sobre la mesa, sintió cierta punzada, una ligera tristeza al saber que solo podría ser su amigo.

—Gracias.

—¿Entonces estás segura de que no puedo convencerte para que me veas el tatuaje?

Ella se carcajeó y se dió cuenta de que era más fácil disfrutar de la alegría de aquella velada cuando él estaba cerca. Con un poco de suerte, la magia del romanticismo giraría en su dirección. Si se mantenía, no tendría que besar a demasiadas ranas antes de que una de ellas resultase ser un apuesto príncipe. Y otra rana mas.

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