lunes, 10 de septiembre de 2018

Paternidad Temporal: Capítulo 35

–Cuéntamelo –dijo Pedro varias horas después, ante el fuego–. ¿Dónde aprendiste a idear una comida como esa partiendo de la nada?

Paula, con los ojos en blanco, puso calcetines limpios a cada bebé.

–No eran más que judías guisadas y jamón enlatado. Mi abuela me enseñó el truco ese de machacar las patatas fritas.

–Ya, bueno… –haciéndose cargo del siguiente bebé de la cadena, metió las piernas y los bracitos de Camila en el suave pijama de color rosa–. La siguiente vez que la veas, dile que me ha gustado.

–Lo haré –acunó a Joaquín contra su cuerpo y lo besó encima de la oreja–. Eres adorable. ¿Tienes idea de lo rompecorazones que vas a ser?

–Ya me lo imagino –dijo Pedro–. Recibiremos una llamada de su profesora de primero y nos dirá que se pasa el recreo persiguiendo a las chicas.

–¿Quieres decir que la llamada la recibirán Luciana y Marcos? –apuntó Paula.

–Eso es lo que he dicho, ¿No?

Estaba tan bella con el pelo iluminado por la luz del fuego que le hizo desear tener su propia familia. Su propia esposa, que nunca huiría como había hecho su voluble hermana. Paula sería una madre fantástica. Sería buena en todo.

–¿Tienes idea de cuánto me apetece besarte? –preguntó él.

Ella, con ojos luminosos y cálidos, negó con la cabeza.

–¿Qué crees que deberíamos hacer al respecto? –insistió él, acariciando uno de sus rizos.

–Deja de hacer el tonto. Aún tenemos que acostar a estos tres.

–¿Y? ¿Qué tiene eso de difícil?

–¿Crees que se dormirán por arte de magia?

–Está permitido soñar, ¿No? –dijo Pedro.

Él había soñado con cómo podría ser su vida si Paula viviera en su casa en vez de en la de al lado.

–Siempre me han gustado los sueños.

Juntos, silenciosos y eficientes, como si fueran un viejo matrimonio bien avenido, Pedro y Paula colocaron a los bebés en el parque infantil que él había sacado de la parte trasera de la furgoneta.

–Son perfectos, ¿Verdad? –comentó ella, tocándole la mano con timidez.

Habían preparado una cuna temporal en un rincón del dormitorio, a oscuras excepto por la luz de la luna que caía sobre los tres angelitos.

–¿Crees que tendrán suficiente calor? –Paula se estremeció.

–¿Te han dicho alguna vez que te preocupas demasiado?

–Sí, pero…

Pedro la calló con un beso. Nada excesivo. Solo quería mostrarle cuánto le apetecía que pasaran juntos el resto de la noche. Ella gruñó y sentir la vibración contra su pecho le hizo perder el control. Mandó al infierno el autocontrol que había intentado mantener. La quería y necesitaba, ya. Y lo alegraba mucho que ella sintiera lo mismo.

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