viernes, 14 de septiembre de 2018

Paternidad Temporal: Capítulo 43

Pedro le agarró la mano, la alzó y depositó un beso en el centro de la palma. Ella se estremeció.

–¿Alguna vez piensas en tener hijos, o un marido? –preguntó él.

Paula, turbada al sentir la calidez de su aliento, asintió.

–Me parecería muy triste pasar el resto de mi vida sola.

–¿Con qué tipo de hombres sales?

–¿Qué es esto? –sonrió–. ¿La Cita Inquisición?

–Disculpa. Supongo que es mi atolondrada manera de preguntarte si soy tu tipo.

–¡Para!

–¿El qué?

–Deja de hacerte de menos. Para que lo sepas, sí. Algunas veces en este viaje, sobre todo en restaurantes de comida rápida poco higiénicos, has sido dominante. Pero aparte de eso, me has parecido considerado, amable y… –calló antes de añadir «endiabladamente guapo» a la lista.

Se pasó los dedos por su frente para alisarla.

–Déjalo ir, Pedro. Sea lo que sea que te preocupa de Luciana, olvídalo. Noto que aún te reconcome por dentro.

–De eso se trata –dijo él, apoyando la espalda en el sofá y clavando la vista en el fuego–. A veces temo que mi compulsión de controlarlo todo sea lo único que tengo. ¿Recuerdas que te conté que nuestra casa se incendió cuando era un niño?

–Sí –dijo ella con voz queda.

–El dormitorio de mis padres estaba frente a la escalera. Luego iban el de Luciana y el mío; el de mi hermanito Mateo estaba al final del pasillo. Para cuando mamá agarró a Lu, tosía tanto que apenas podía respirar. Papá le gritó que saliera. Luego fue a por mí y me sacó de la mano. Había nevado y aún recuerdo el frío del suelo mojándome los calcetines.

–Oh, Pedro–Annie se llevó la mano a la boca–. Lo siento mucho.

–Eso no es nada –soltó una risa amarga–. La cosa mejora. Tras dejarme con mamá y con Lu, mi padre volvió a por Mateo, pero era demasiado tarde. La escalera se había derrumbado. Los bomberos aún no habían llegado, aunque se oían la sirenas en la distancia. Papá corrió al otro lado de la casa a por una escalera de mano para subir hasta la ventana de Mateo, pero estaba enterrada bajo la nieve. Cavó y cavó, gritando para que fuera a ayudarlo. Hice cuanto pude, pero no bastó.

Pedro empezó a llorar. Las lágrimas no lo habían ayudado aquella noche y tampoco lo ayudaron en ese momento.

–Yo esperaba oír a mi hermanito llorar. Solo tenía cuatro años y lloraba mucho. Pero solo oía el aullido de las sirenas. Cuando llegaron los bomberos y entraron por la ventana del dormitorio de Mateo, estaba muerto. Lo mató el humo, no el fuego. Yo me quedé allí de pie, mirando. Mi padre preguntó «¿Por qué no me ayudaste a cavar, Pedro? ¿Por qué no cavaste más?»

Paula se sentó en el suelo, junto a él, y lo rodeó con un brazo.

–Fue horrible que dijera eso. Pero sabes que tu padre no lo decía en serio. Debía de estar loco de dolor.

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