lunes, 17 de septiembre de 2018

Paternidad Temporal: Capítulo 48

–Suena bien, pero probablemente deberíamos volver a casa. Tengo que preparar mi aula y aún no he acabado de desempaquetar mis cosas.

–Tienes razón –convino él. A Paula le dolió que ni siquiera intentara hacerle cambiar de opinión–. Yo también tengo que volver al trabajo.

–Bah, los dos son unos aburridos –Martina extendió los brazos hacia Camila–. Al menos, déjame pasar unos minutos más con ese tesorito.

–Bueno, pues entonces vamos a comprobar los niveles y los neumáticos – dijo Carlos–. Cuando Guillermo instaló la batería nueva, dijo que la furgoneta quemaba mucho aceite.

–Luciana y Marcos compraron la furgoneta usada, pero solo tiene tres años Me cuesta creer que… –Pedro movió la cabeza.

Contuvo su deseo de quejarse de su hermana y su cuñado por no cuidar del vehículo. Como había dicho Paula la noche anterior, su hermana era una mujer adulta. Si a ella no le importaba que su furgoneta quemara aceite, a él tampoco debería importarle. Poco a poco conseguiría manejar su problema con el control.

–¿Estás lista? –le preguntó a Paula, deseando que hubiera aceptado la oferta de Martina y Carlos de cuidar de los trillizos un día más. Su decisión era la correcta, pero no por eso le resultaba más fácil soportar su aparente rechazo.

Mientras Paula y Martina revisaban la casa por si quedaban cosas de los bebés, Pedro estrechó la mano de Carlos y le dió las gracias por su ayuda.

–Olvídalo –dijo Carlos–. No hice nada que tú no hubieras hecho por mí – se inclinó hacia Pedro–. Martina me matará si no te lo pregunto. ¿Se enrollaron Paula y tú anoche?

–Ay, Carlos–Pedro hizo una mueca–. Tus dotes sociales dejan mucho que desear.

–Interpretaré que es tu orgullo masculino herido quien habla. No solo no hubo rollo, sino que el futuro se presenta poco halagüeño. Una lástima – chasqueó la lengua–. Hacen buena pareja. Y Paula y Martina se caen bien. Tenía la esperanza de empezar a verte más a menudo.

–Es probable que me vean, pero sin Paula.

–Ay –Carlos hizo un gesto de dolor. ¿Ni siquiera llegaste a tocar primera base?

–Amigo –Pedro le dió una palmada en la espalda–, ni siquiera salté al campo de juego.

A unos ciento cincuenta kilómetros de la cabaña en la que se había permitido enamorarse de un tipo fantástico que solo la quería por su destreza como niñera, Paula se quitó las sandalias y apoyó los pies en el salpicadero. El calor que irradiaban las ventanillas de la furgoneta empezó a resultar incómodo. Tanto como el silencio que había entre Pedro y ella.

–Los bebés parecen más tranquilos –dijo él, en el túnel de Loveland Pass.

–Probablemente sea por el cereal que Martina les dió para desayunar. La comida sólida a veces ayuda a los bebés a conciliar el sueño.

–Oh –ya fuera del túnel, apagó las luces del coche–. ¿Por qué no ha intentado eso Luciana?

–Puede que lo haya hecho, eso explicaría por qué estaban tan descontentos con nosotros. Querían algo más sustancioso que un biberón.

–Oh.

«¿Es lo único que sabes decir? ¿Oh?», pensó Paula, rechinando los dientes. No sabía cómo soportaba él la tensión. Esa mañana habían estado uno en brazos del otro; habían pasado de eso a hablar menos que cuando eran un par de desconocidos. Se preguntó si la noche que habían pasado juntos habría sido algo más que un revolcón para él.

Pedro giró el volante y paró el coche en el arcén de la autopista.

–Afuera con ello –dijo.

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