lunes, 24 de septiembre de 2018

Paternidad Temporal: Epílogo

Cuatro años después


A pesar del ruidoso ambiente de bar deportivo que había en el salón en el que cientos de espectadores se habían reunido para contemplar la final del Campeonato Nacional de Palabras cruzadas, Paula se retorcía las manos sudorosas y se mordía el labio inferior.

–¡Mami! Este vestido pica –se quejó la pequeña Olivia, de tres años.

–Lo sé, cielo. Solo falta un poco para que la abuela Rosa y el abuelo Alfredo terminen la partida.

–¿Quién crees que va a ganar? –preguntó Pedro, sacando a Oli de su silla y sentándola en su regazo.

–Siempre apuesto por la abuela, pero después de la paliza que le dió a Alfredo el año pasado –le guiñó un ojo a Pedro–, tengo lástima de él.

Olivia metió la cabecita llena de rizos rubios bajo la barbilla de su padre y cerró los ojos marrones con motas doradas. Ver a su hija acurrucada contra Pedro siempre emocionaba a Paula. No sabía cómo había tenido tanta suerte. Eran muy afortunados.

Alfredo y su abuela estaban disputando un campeonato nacional, pero cuando acabara la partida estarían aún más enamorados. Alfredo por fin había encontrado su veta de plata, y la abuela de Paula había estado con él cuando lo hizo. Tras gustarse en la fiesta de Año Nuevo de Alfredo, se habían vuelto inseparables. Tras un apasionado romance de seis meses, se habían casado en la cima de Mosquito Pass. Cuando no estaban inmersos en el campeonato de Palabras cruzadas, eran los conferenciantes estrella del circuito de jugadores amateur.

Paula asistía a la universidad para licenciarse en Psiquiatría infantil. Suponía muchas horas de desplazamientos y estudios, pero Pedro siempre estaba dispuesto a ayudar, al menos cuando no estaba trabajando. Estaba a punto de convertirse en jefe del cuerpo de bomberos de Pecan.

Luciana puso una mano delante de la boca de Mateo, que escupió un chicle morado.

–Puaj –Paula hizo una mueca.

–Eh, una mamá tiene que hacer lo que tiene que hacer –dijo Luciana , que había resultado ser una madre fantástica. Era un vendaval haciendo galletas y trabajo social voluntario; Howie tenía un cargo directivo en la fábrica de pan de Pecan.

–Oh, cielos –con la mano limpia, Luciana apretó el antebrazo de Paula–. Después de esa última palabra, están empatados. ¿Alguna vez ha habido empate a estas alturas del juego?

–No lo sé –dijo Paula–. La profesional es la abuela, no yo.

Mientras el presentador y el experto en Palabras cruzadas hablaban de estrategias y probabilidades, Paula cerró los ojos y deseó que acabara el juego. Ganar el título ese año significaría mucho para Alfredo, pero también para su abuela. Pedro, con Olivia dormida en los brazos, se inclinó hacia Paula.

–Después de la fiesta de celebración, ¿Que te parece si dejamos al bichito con mi hermana y hacemos nuestro propio campeonato de Palabras cruzadas con striptease?

–¿Cómo puedes decir eso en un momento como este? –Paula le dió un manotazo.

–Tenía que hacer que dejaras de pensar en el resultado del campeonato – sonrió él, mirándola con amor–. ¿Te das cuenta de que perder no será el fin del mundo para ninguno de ellos?

–Lo sé, pero…

Él interrumpió sus protestas con un beso. Vítores y aplausos entusiastas señalizaron el final de la partida.

–¿Quién ha ganado? –preguntó Pedro.

Paula sonrió. En cuanto a tener al mejor marido, la hija, las amistades y la familia perfectas, la respuesta no tenía vuelta de hoja.

–He ganado yo.



FIN

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