lunes, 17 de septiembre de 2018

Paternidad Temporal: Capítulo 50

Él no era Diego. Cuando Pedro por fin la miró, ella lo escrutaba. En cuanto sus ojos se encontraron, ella supo que iba por buen camino. El hombre mentía, era indudable. Y aunque tuvieran que estar allí sentados hasta Navidad, pretendía descubrir sobre qué mentía.

–Oh, diablos –dijo él, minutos después–. No vas a dejarlo pasar, ¿Verdad?

Ella negó con la cabeza.

–Vale. La verdad es que estabas bellísima allí tumbada, con el pelo revuelto y tapada solo por una sábana. Tuve la sensación de que debería haberte dado más. De que yo debería ser más.

–Bromeas, ¿Verdad?

–¿Tengo cara de broma?

A juzgar por la caída de sus cejas y de sus labios, no era el caso.

–¿Es que no sabes cuánto has llegado a importarme? –preguntó Paula. Movió la cabeza y miró por la ventanilla, tragándose las lágrimas–. La primera vez que te ví, con los tres bebés berreando en tus brazos, quedé cautivada. Pero luego empecé a verte en acción: yendo a trabajar, para salvar casas y familias, una a una; empecinándote en intentar salvar a tu hermana… Perteneces a una raza de hombre especial.

Pedro la soltó y se tapó el rostro con las manos.

–Tendría que haberte secuestrado hoy. Haberte llevado a Mosquito Pass para darte el placer de dejar que Alfredo te diera una paliza.

–Eso me habría gustado –dijo ella.

–Entonces ¿Por qué no lo dijiste?

–Porque pensé que tú no querías ir.

Él emitió un gruñido sordo.

–¿Qué pasa ahora? –preguntó Paula.

–Estamos a dos horas de la cabaña. Para cuando dejemos a los bebés en casa de Martina y Carlos, será demasiado tarde para ir allí hoy.

–Cierto. Pero como sabemos que Luciana está bien y que no volverá a casa con Marcos hasta dentro de unos días, no hay prisa por volver.

Lo malo era que cada segundo que pasaba con Pedro se enamoraba más de él. De pronto, se quedó sin aliento. ¿Enamorada? Tal vez fuera eso lo que hacía que sintiera dolor y cosquilleo en el estómago al mismo tiempo. Habían superado su primera pelea y Pedro había sido quien había iniciado la reconciliación. Eso solo lo hacía un hombre muy especial. Uno que merecía la pena conservar.

Él cambió de dirección en la siguiente salida de la autopista. El pulso de Paula se aceleró un poco. Pedro había sido muy dulce, desde luego, pero eso no significaba que estuviera listo para el matrimonio. Tampoco lo estaba ella. Acababa de sufrir el golpe de lo de Fernando y, antes de eso, su desastroso matrimonio con Diego. Eso casi garantizaba que lo que sentía no era amor, sino una excitante y extraña mezcla de emociones que iban desde el alivio, porque el viaje la había distraído de otros problemas, al anhelo por recibir más besos de Jed. Tendría que haberle dicho que la idea de ir a ver a Alfredo era agradable, pero que en realidad debería volver a casa. Tenía cosas que hacer. Su cuarto de baño necesitaba pintura nueva. Pero nada le parecía más apetecible en el mundo que atravesar una montaña para ir a jugar a Palabras cruzadas con un hombre que seguramente le daría una paliza similar a las que le daba su abuela. Era tan apetecible porque todo eso ocurriría teniendo a Pedro a su lado.

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