viernes, 7 de septiembre de 2018

Paternidad Temporal: Capítulo 30

Luciana puso los dedos en el cuello de su marido y lo abrazó tan fuerte como pudo sin hacerle daño.

–He pasado mucho miedo –dijo.

–¿Por qué? –su voz sonaba ronca porque no hacía mucho que le habían retirado el tubo de la garganta–. Soy como un camión –Marcos se rió–. Nada me apartará de tí y de nuestros bebés.

–Te quiero –dijo ella, apretándolo fuertemente otra vez.

–Dime, ¿Cuándo van a dejarme salir de aquí?

–La doctora dice que saldrás de la UCI dentro de un par de horas y luego pasarás al menos una semana en planta.

–¿Una semana? –intentó levantar el brazo para rascarse la cabeza, pero era obvio que le dolía demasiado.

Luciana lo hizo por él.

–Cuando te den habitación, intentaré conseguir champú para lavarte el pelo.

–No hace falta que te preocupes.

–¿Preocuparme? –le sonrió con lágrimas en los ojos–. ¿Tienes idea de lo horribles que han sido estos últimos días?

–Lo siento.

–Espera a estar lo bastante bien para que te dé una paliza. Entonces sí que lo vas a sentir –lo abrazó de nuevo.

–No tendría que haber estado conduciendo tan tarde. Menos mal que no me estrellé contra nadie.

–¿Por qué estabas conduciendo?

–Quería adelantar una sesión de ventas, para volver antes contigo y con los bebés. Por cierto, ¿Cómo están mis angelitos?

–Buena pregunta –Luciana se puso las manos en las caderas–. En cuanto acabe de echarte la bronca por no cuidarte, ese hermano mío va a oír lo que opino de que no devuelva mis llamadas.



Un músculo del mentón de Pedro no dejaba de tensarse, y lo estaba volviendo loco. Tanto como el camino lleno de baches que llevaba a la cabaña. Pero a los bebés parecían gustarles los botes. No los había visto tan contentos desde que les dio el helado en el zoo. Apretó el volante con fuerza. Estaba muy nervioso. No quería alarmar a Paula, pero temía que Luciana estuviera allí arriba planteándose algo tan drástico como el suicidio. No sabía en qué había fallado al educarla. Lo había hecho lo mejor que podía, pero era obvio que no había sido suficiente. La furgoneta botó en un socavón y el golpe reverberó en sus huesos. Los bebés se rieron.

–Va a estar bien –dijo Paula.

–¿Qué?

–Tu hermana. Seguramente la encontraremos tumbada al sol, leyendo un buen libro.

A Pedro le dió vueltas la cabeza. Solo hacía unos días que conocía a Paula, pero parecían estar perfectamente sintonizados. Se preguntó si la urgencia de la situación en la que se encontraban le hacía imaginar cosas, o si era una sintonía real.

–¿Qué es lo primero que le dirás?

Él miró a Paula, que había apoyado el brazo en la ventanilla abierta. El sol teñía de oro su suave cabello y la aromática brisa de la montaña alborotaba sus rizos. Pedro estaba casi histérico. Ella, en cambio, parecía comodísima con los pies en el salpicadero. Sin duda, no veía las imágenes que veía él. Luciana con las venas cortadas. Muerta por una sobredosis. Desmadejada al fondo de un acantilado. Se apretó la mano contra la frente. Tenía que dejar de intentar controlarlo todo. Tenía que confiar en que su hermana no estaba loca, solo dolida. Tenía que confiar en que la mujer que tenía al lado lo ayudaría. Encontraran lo que encontraran, no estaría solo. Como si le hubiera leído la mente, Paula puso la mano en su hombro. Un gesto sencillo que valía un mundo para él.

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