miércoles, 5 de septiembre de 2018

Paternidad Temporal: Capítulo 23

–¿En qué sentido?

–Bueno, pues… –«Cuando otras mujeres se interesan por tí, ¡Quiero que te las quites de encima!», pensó ella. Obviamente, se estaba contradiciendo. Su atracción por él la llevaba a hacer cosas sin sentido.

–¿En qué sentido? –repitió él, mientras los bebés seguían llorando.

–Dame a esos dos –ordenó ella con ira.

–Puedo calmarlos yo.

–Entonces, te sugiero que lo hagas.

Paula abrió la puerta lateral de la furgoneta y sentó a Camila en su sillita. Su pañal estaba seco, así que se conformó con un biberón. Se hizo cargo de Mateo. Él sí tenía el pañal sucio. Se lo cambió y luego le dió un biberón. Joaquín tenía el pañal seco y no parecía tener hambre, así que lo acunó contra el pecho, tarareando una de las horribles canciones del CD infantil, mientras le besaba la cabecita. Pedro telefoneó desde la cabina, colgó con un golpetazo y volvió dando grandes zancadas.

–¿Qué ocurre ahora? –preguntó ella.

–Nada –él se cruzó de brazos.

–Deja que adivine. Sigue sin haber mensajes y no soportas que no te haya seguido de inmediato cuando saliste del restaurante.

–Bingo –un músculo se tensó en su mentón y suspiró–. No es ningún secreto que suelo ser quien dirige el cotarro. Pero en contra de lo que opina tu amago de cerebro de psiquiatra, no es porque me guste, sino porque… –desvió la mirada y bajó la voz–, porque siempre ha sido así.

–Pero no tiene por qué serlo –dijo ella con voz suave, acercándose desde atrás y curvando los dedos sobre su brazo. Por fuera era de acero, pero Annie sospechaba que por dentro era blando como crema. Estaba dolido. Se preguntó si era consecuencia de la muerte de sus padres o de los años de rebeldía de Luciana. Paula tenía la inquietante sensación de que había algo más–. Pedro, sé que apenas nos conocemos, pero quizás en este caso eso sea bueno.

–¿Y eso por qué?

Ella se lamió los labios y a Pedro dejó de importarle que lo hubiera irritado unos minutos antes. Estaba harto de discutir. Lo que en realidad quería era otro beso. El de antes no le había bastado, en absoluto.

–Quizás podrías bajar la guardia conmigo –aventuró ella con cautela–. Como estamos empezando a conocernos, podrías intentar confiar en mí, como práctica, igual que yo confío en tí.

–¿Confías en mí?

–Si no confiara, ¿Habría dejado mi casa para venir hasta aquí contigo?

El cielo se tiñó de naranja, amarillo y violeta. Por bonita que fuera la puesta de sol, ni se acercaba al cálido brillo de los ojos de Paula. El leve aroma de su perfume floral flotaba en el aire.

–Lo dices en serio, ¿Verdad? – dijo Pedro, esquivando la mirada de Paula, tocó la cabeza de Joaquín.

–No lo habría dicho si no fuera así.

–Vale, pero ¿Por qué confías en mí? Soy un desastre. De principio a fin, me he cargado esta misión. Tendrías que estar disgustada conmigo.

–Primero, esta misión no ha llegado a su fin. Segundo, si crees que no sabes cuidar de los bebés, recuerda que yo tengo años de experiencia. Tú solo los has cuidado a ratos. Date un respiro, Pedro. No puedes pretender ser un experto en todo.

Las palabras de ella tenían sentido. Los sentimientos de él no lo tenían. Tras la muerte de sus padres, e incluso antes, cuando murió su hermano, Pedro había tenido que serlo todo para todo el mundo por un ridículo intento de compensar la muerte de Mateo. Tenía que controlarlo todo, porque si no lo hacía podría perder algo más. A alguien más. Tenía que salvar a sus sobrinos de una madre que se negaba a crecer. Tenía que hacer todo eso pero ya no sabía cómo. Estaba asustado, confuso y abrumado. Llevaba solo mucho tiempo y estaba cansado. Cansado de ser quien tenía el control. De ser el progenitor. De no permitirse ninguna diversión. El sol había terminado de ponerse y solo quedaba un leve resplandor naranja en el cielo.

–Será mejor que nos pongamos en marcha –cuadró los hombros y se volvió hacia Paula–. Dame las llaves.

Se permitiría el lujo de estar cansado después. Antes tenía que encontrar a su hermana.

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