viernes, 21 de septiembre de 2018

Paternidad Temporal: Capítulo 60

Pedro miró las muletas de Marcos, los pómulos llenos de cardenales, el ojo morado y el pie escayolado. Supo que, por horrible que estuviera su cuñado una semana después del accidente, habría estado mucho peor cuando su hermana voló a verlo. Pero tras una hora de ver a Luciana hacer carantoñas a sus bebés, actuando como si no hubiera pasado nada, empezaba a hervir de frustración.

Mientras Pedro estaba en la cocina preparando refrescos para todos, siguiendo el juego de «no pasa nada» de Luciana, no pudo dejar de rememorar la desesperación que había sentido. El pánico que lo había atenazado cuando pensó que a su hermana podía haberle ocurrido algo serio. Había sentido lo mismo cuando su hermanito estaba en la casa muriendo. Y cuando sus padres fallecieron, y cuando Luciana se convirtió en una adolescente rebelde empeñada en destrozar su vida antes de que empezara. Alzó la vista y vioó que su hermana estaba en la cocina, sonriéndole y echando hielo en un vaso.

–Vaya lío, ¿Eh? Aparte de que Marcos quedó malherido y yo me torcí el tobillo, no había tenido una aventura igual desde…

–¿Una aventura? ¿Crees que esta semana ha sido una aventura?

–Cielos, Pedro, deja de ser tan gruñón –agitó la mano en el aire–. Sabes a qué me refiero. A volar y conducir e intentar contactar el uno con el otro. En retrospectiva, ha sido excitante. Quizás podríamos repetirlo, exceptuando…

–¡Maldición, Luciana! –Pedro dió una palmada en la puerta de un armario–. Esto es típico de tí. Hasta la abuelita más antigua tiene móvil hoy en día, pero tú…

–Hablando de eso, ¿Dónde estaba tu móvil mientras ocurría todo esto?

Típico de Luciana sacar a relucir su error justo cuando intentaba echarle una bronca.

–Mi teléfono estaba aquí, pero estamos hablando de tí. De cómo no me localizaste antes de que me fuera a la cabaña. Me dejaste aquí con tres bebés. A mí. Un soltero que no sabe nada de bebés. Y te fuiste sin más, sin siquiera intentar dejarme un mensaje.

–¡Lo intenté! Al menos cincuenta veces. ¿Quieres que las enumere? Una, en el aeropuerto, pero no estabas en casa. Dos, en…

–¡Déjalo! –le gritó Pedro, incapaz de controlar su ira.

En el salón, Paula dió un bote. La última vez que había oído gritar así, había sido con Diego.

–Oh, no, ya empiezan –Marcos gimió–. Pedro tiene buena intención, pero en lo que respecta a Luciana, nunca ha aprendido a soltarse.

–Ella es todo lo que tiene.

–Lo sé –dijo Marcos–. A ella le pasa lo mismo con él. Es decir, sé que ahora me tiene a mí, pero con Pedro es diferente. Tienen un extraño vínculo que aún no he conseguido entender.


–Esta tiene que ser tu última travesura, Luciana–siguió Pedro–. La última vez que actúas como una cría. Marcharte sin decirle a nadie dónde ibas fue solo eso: infantil. Fueran cuales fueran las circunstancias. ¿Y si los bebés hubieran sido mayores? Lo bastante para saber que mamá se había ido y para preocuparse de si volvería o no. ¿Qué les habría dicho?

–Lo siento –dijo Luciana con voz rota–. No pretendía no llamarte a propósito, Pedro, igual que tú no olvidaste el móvil a propósito. Actúas como si lo hubiera hecho todo para fastidiarte. Dios, siempre piensas lo peor de mí.

–Creo que iré a hacer de árbitro –dijo Marcos.

Paula se retorció las manos, alegrándose de que los bebés estuvieran arriba dormidos.

–¡De eso se trata! –rugió Pedro–. Me has fastidiado mucho en el pasado, Luciana. ¿Recuerdas cuando me llamaste borracha desde la fiesta de Pablo Henning? Me pediste que fuera a recogerte y, entretanto, te fuiste con Santiago Davis. No volviste a casa en tres días. ¿Y qué me dices de la vez que…?

–¡Cállate! –disparó Luciana–. Ya no soy una niña problemática.

–No. Eres una madre a la que le pareció normal subirse a un avión sin…

Paula cerró los ojos con fuerza. La voz de Pedro se parecía mucho a la de Diego. Su ex marido gritaba antes y pegaba después. Se preguntó si Pedro sería así. Al fin y al cabo, si gritaba a su hermana igualmente podía gritarle a su novia, o a su esposa. Tendría que haber sabido que no debía enamorarse de él. Había ignorado montones de señales. Su naturaleza controladora. Su aparente perfección. Y habían llegado los gritos. Era más de lo mismo. ¿Cómo podía estar tan ciega? ¿Ser tan tonta? Por lo visto, no había aprendido nada en los últimos cinco años. La había preocupado gustarle a Pedro solo por su maña con los bebés. Eso no era nada comparado con lo que estaba descubriendo. Diego había iniciado su relación con ella haciéndole creer que era la respuesta a todas sus oraciones. Le compraba flores y caramelos y le cantaba canciones de amor en el karaoke del bar. Paula agarró su bolso y salió de la casa.

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