viernes, 28 de septiembre de 2018

Polos Opuestos: Capítulo 7

—Hecho. Pero la copa me la pago yo.

—Es barra libre.

—Qué generoso —bromeó ella.

Pedro le puso la mano en la espalda y la condujo hacia el final de la fila. No tardaron en llegar hasta los recién casados, que estaban de pie frente a las puertas que daban a la sala Gallatin. Paula  abrazó a Martín Cates y después a su esposa.

—Enhorabuena. Estás despampanante.

—Gracias —respondió Martín.

Aldana sonrió radiante.

 —Se refería a mí, aunque tú también estás espectacular, marido.

En la escuela, Pedro iba un par de cursos por detrás de los gemelos, pero todos se conocían bien. Le estrechó la mano a Martín y después abrazó a su esposa.

—Supongo que ya es demasiado tarde para intentar convencerte de que huyas conmigo.

—Lo siento —contestó la hermosa rubia—. Hace tiempo que era demasiado tarde.

—Si cambias de opinión…

—Ni hablar —dijo ella.

Paula siguió caminando y le dió un abrazo a Lautaro.

—Enhorabuena. Les deseo toda la felicidad del mundo.

—Gracias, Paula. Hola, Pedro. ¿O debería decir «hermano»?

—Respondo a ambas cosas —y lo decía en serio. La relación ahora era legal, pero se sentía como si de verdad tuviera un hermano. Se encontró con la mirada de su hermana y el brillo de interés por su cita no le pasó desapercibido—. ¿Sonia, conoces a Paula Chaves?

—No —ambas se dieron la mano—. Lautaro y yo hemos estado viajando y planeando la boda. Pero oí que te mudaste aquí desde Texas.

—Sí —contestó Paula con una sonrisa—. Cuando vine a la boda de mi hermano Rodrigo, me enamoré de Thunder Canyon.

—Y quién no —dijo Sonia—. Pero no entiendo qué estás haciendo aquí con mi hermano.

—¿Qué? —Paula pareció una niña a la que acabaran de pillar copiando en un examen—. ¿Por qué?

—Porque es un imbécil repugnante —contestó Sonia con una sonrisa—. Pero le quiero igual.

—Lo mismo digo, So—obviamente su hermana estaba bromeando, pero Paula se había puesto directamente en un mal lugar y él no sabía cómo sacarla de allí, así que le pasó un brazo por la cintura—. Vamos a buscar nuestra mesa.

—Con suerte estará en un rincón oscuro detrás de una planta —susurró Paula.

—Eres excesivamente sensible. No es tanta diferencia. Acaba de ser tu cumpleaños —Pedro decidió que era mejor no precisar con números—. Y en dos meses yo seré un año mayor. ¿Ves? Prácticamente somos de la misma edad.

—Buen intento. Con unas matemáticas así, me sorprende que entraras en la carrera de ingeniería.

Pedro siguió a Paula, hechizado por el movimiento de su falda. Había mesas con manteles blancos a lo largo del perímetro de la sala. Habían dejado el centro despejado para el baile. Flores de pascua rojas y blancas con velas a cada lado conformaban los centros de mesa. En un rincón alejado estaban apilados los regalos de boda, y había dos barras a cada lado de la sala. Pedro la condujo directamente a la más cercana.

—Querría una copa de chardonnay —dijo ella.

El camarero, ataviado con camisa blanca, corbata roja y pantalones negros, tenía el pelo oscuro con canas.

—¿Puedo ver su carné?

—¿Qué? —preguntó ella.

—Su identificación —repitió él—. No puedo servir alcohol a menores de veintiún años.

—Yo ya los he superado —le aseguró Paula.

—De acuerdo, pero necesito una prueba —su tono era educado y profesional.

—Está bromeando, ¿Verdad?

 —No.

—Es amigo tuyo —le dijo a Pedro—. Le has pedido que haga esto. Es una broma.

—No lo había visto en la vida —le aseguró Pedro.

Paula resopló, abrió su bolso de noche, sacó su carné de conducir y se lo entregó. El camarero comprobó la fecha y pareció sorprendido.

—Vaya, no suelo equivocarme tanto.

—Y yo no había sufrido tanto para conseguir una bebida alcohólica desde… Bueno, nunca.

—¿Alguna vez intentaste conseguir alcohol antes de tener la edad? —preguntó Pedro.

—No.

—Bien.

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