miércoles, 5 de septiembre de 2018

Paternidad Temporal: Capítulo 21

Luciana cerró los ojos, rezando para que Dios le diera fuerzas. Marcos había sufrido una reacción alérgica a uno de sus muchos medicamentos, pero el médico le había prometido que estaba mejorando. Por desgracia, la salud de su marido solo era uno de sus problemas. Había intentado llamar a Pedro al menos veinte veces, pero siempre saltaba el  contestador en casa y el buzón de voz en el móvil. Se preguntaba dónde estaba y qué había hecho con sus bebés.

–Oh, Marcos–susurró, apretando la mano de su esposo dormido–. Ojalá no hubieras aceptado ese trabajo. Desearía haberte dicho que vendiéramos la casa, la furgoneta, mi ropa y mis zapatos. Sería feliz en una tienda de campaña si los cinco pudiéramos estar juntos.

Las lágrimas le quemaban los ojos.

No se molestó en limpiárselas. ¿Para qué? Últimamente, sus mejillas nunca estaban secas del todo. Se inclinó hacia delante y apoyó la frente en las sábanas de algodón blanco. Agarró su mano y se la llevó a la cara.

–Mejórate, cariño. Necesito que me ayudes a encontrar a nuestros bebés.



Paula tenía mucha experiencia conduciendo la furgoneta de la guardería y la de preescolar. No era el tamaño del vehículo lo que le atenazaba el estómago. El causante de su ansiedad roncaba a su lado, en el asiento del pasajero. Se había atrevido a besarla y a dormirse minutos después. Los trillizos también dormían. Miró a Pedro y, a pesar de su frustración, tuvo que admitir que estaba más guapo que nunca. Al menos, desde que ella lo conocía. Incluso con las largas piernas recogidas bajo el salpicadero, los brazos cruzados y la cabeza tan torcida que no podía estar cómodo. El sueño había llevado a su rostro la paz y la vulnerabilidad, dos rasgos que él haría cualquier cosa por ocultar cuando estaba despierto. Y había confiado en ella lo suficiente para permitirle dirigir la expedición. Muchas cosas podían ir mal. Un pinchazo. Problemas con el motor. Tomar una carretera equivocada. Pero él había ignorado esos posibles desastres al entregarle las llaves. Tal vez estaba avanzando en su misión de hacer que se soltara un poco. Sin embargo, no sabía por qué le importaba eso. No iba a recibir beneficios del nuevo y mejorado Pedro Alfonso cuando acabara el viaje. Sintió un cosquilleo en los labios. No podía negar que estaba pensando en el beso. Y en el maravilloso e inesperado atisbo de lo que sería volver a casa del trabajo cada día y encontrarse con sus brazos abiertos. ¿Por qué la había besado? ¿Había sido porque el guía del museo lo había pinchado? Eso sería una pena. Le habría gustado que la besara por una razón mucho mejor: porque le resultaba imposible no besarla.

–Supongo que no sabes dónde estamos –dijo Pedro, protegiéndose con la mano del resplandor del sol de última hora de la tarde.

–Estamos ante la única vaca de dos pisos de altura construida con latas de cerveza –contestó ella, terminando de asegurar a Camila en el carrito.

–Dios, dime que esto no está ocurriendo –gruñó él–. ¿Una vaca de latas de cerveza?

–No iba a parar, pero Camila empezó a oler fatal. Como, según los carteles, el sitio está abierto veinticuatro horas al día y tiene aseos y cambiadores, decidí parar. ¿Por qué no estirar las piernas y hacer un cambio de pañales?

–Claro –dijo Pedro. Eso tenía mucho sentido, si uno estaba completamente loco.

–Bueno, ¿Vas a venir?

Él se frotó los ojos y bajó de la furgoneta. De camino al gigantesco corral en el que estaba la vaca, Pedro vió carteles anunciando que dentro había serpientes de cascabel y escorpiones vivos, además de guirlache de cacahuetes.

–Gran combinación. Siempre me ha gustado comer guirlache mientras miro las serpientes de cascabel.

–Deja de ser tan gruñón –Paula le tironeó del pelo–. ¿Te imaginas cuánto tuvo que trabajar el creador de esta vaca?

–Sí. ¿Te imaginas tú como lo hizo, borracho como una cuba tras beberse toda esa cerveza?

–En compensación por decir eso, vas a tener que comprarme dos guirlaches. Y vamos a cumplir el horario, así que tendrás que mirar cada serpiente, escorpión y lata de cerveza de este edificio en diez minutos

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