viernes, 12 de octubre de 2018

Polos Opuestos: Capítulo 32

—No es necesario.

—Sí que lo es —no se movió de donde estaba. Para añadir otra capa más de protección, se cruzó de brazos—. Cuando estaba en la universidad, me enamoré de un estudiante de medicina. Estuvimos juntos durante más de un año y medio, nos fuimos a vivir juntos. La graduación estaba cerca y él había sido aceptado en una escuela de medicina en la Costa Este. El matrimonio era el siguiente paso y yo estaba dispuesta a trabajar y mantenernos a los dos mientras él estudiaba. No quería aceptar ayuda de mi familia. Seríamos pobres, pero felices, y tendríamos lo que queríamos. La medicina y el matrimonio.

—¿Se te declaró?

—Eligió la escuela de medicina en vez de a mí. Yo estaba comprometida, él no —se encogió de hombros—. No solo tardé mucho tiempo en superarlo, sino que es un tiempo que nunca recuperaré. Lamento mi comportamiento de la otra noche. Tú has sido sincero conmigo y no te lo merecías. Espero que lo comprendas.

—¿Quieres ir a tomar un café? —preguntó él en vez de responder. Quería, pero no era tan simple. Javier ya empezaba a sospechar.

—¿Y si nos ve alguien?

—Bien, eso no es un «no» —se apartó de la pared—. ¿Hay algún lugar a salvo de los hermanos Chaves?

—No creo que vayan a ir al Tottering Teapot— contestó ella.

—Ese lugar no vende café y probablemente esté cerrado a estas horas.

A Paula le sorprendía que, para ser un tipo tan masculino, estuviera familiarizado con la fortaleza femenina de la comida chic. Pero tenía dos hermanas y los ingenieros eran muy detallistas.

—¿Sabes qué? Vayamos al Daily Grind, al otro lado de la calle. Me has hecho un gran favor y voy a invitarte a un café. Y, si alguien nos ve y llega a oídos de mis hermanos, me da igual.

Pedro sonrió por primera vez.

—Trato hecho.

Tras ponerse los abrigos, bajaron las escaleras hasta el vestíbulo, donde Diana estaba despidiéndose de los voluntarios.

—Pedro Alfonso—dijo la secretaria con una sonrisa—, nunca te habría reconocido con la barba y el traje, y te conozco desde que eras pequeño.

—Gracias, creo.

—Puede que el año que viene Adrián Johnson tenga competencia para el puesto.

—Por mi parte no. Me ha encantado sustituirle, pero espero que el año que viene se encuentre bien —se detuvo, agarró el nombre de uno de los niños necesitados del árbol de la entrada y se lo guardó en el bolsillo.

—Que tengan una buena noche —dijo Rhonda, cerrando la puerta tras ellos.

Paula estuvo a punto de decirle que solo iban a tomar un café, pero protestar habría hecho crecer el rumor, así que simplemente dijo:

—Nos vemos el lunes.

—Buenas noches.

Fuera hacía frío y nevaba ligeramente. Se estremeció por el cambio de temperatura y Pedro la miró como para asegurarse de que estuviera bien, pero no dijo nada. Atravesaron en silencio la calle State. El Daily Grind, con el dibujo de un molinillo y los granos de café en la ventana, estaba frente a ellos. Pedro le abrió la puerta para que entrara. El interior del establecimiento era una agradable combinación de mesas, sillones y vitrinas con tazas a la venta, algunas con diseños navideños. Había una vitrina de cristal con estanterías de pasteles, tartas y magdalenas. Un tercio de las mesas estaban ocupadas, pero Paula no reconoció a nadie. Una joven con delantal del establecimiento sonrió y preguntó:

—¿Qué les sirvo?

Paula iba allí casi todos los días, ya que trabajaba al otro lado de la calle, pero no reconoció a la adolescente, que probablemente trabajara solo los fines de semana. Sin embargo, conocía la carta de memoria y no vaciló.

—Yo quiero un café con ponche de huevo y leche desnatada.

—¿Nata montada?

—Oh, sí.

—¿Y usted, señor?

—Normalmente tomo café solo, pero tomaré lo mismo que ella.

—Y un bollo de calabaza —añadió Paula.

Pedro se quedó mirándola.

 —¿Por qué te has ahorrado las calorías al pedir leche desnatada?

 Ella negó con la cabeza.

—Porque he quemado esas calorías al dejar salir hoy a mi elfo interior.

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