viernes, 19 de octubre de 2018

Polos Opuestos: Capítulo 41

El teléfono dió señal durante tanto tiempo que estuvo seguro de que saltaría el buzón de voz. Cuando finalmente contestó, su alegría se desbordó.

—¿Sí? —dijo ella casi sin aliento.

—¿Paula? ¿Te pillo en mal momento?

—En absoluto. Acabo de entrar por la puerta. Estoy en casa. Venía con las bolsas de la compra. Y luego no encontraba el bolso, y mucho menos el teléfono.

—¿Entonces estás bien?

—Sí, claro. ¿Y tú?

—Yo estoy muy bien.

—Pareces contento. ¿Qué pasa?

Había cierto tono cariñoso en su voz, como si se alegrara de saber de él. No estaba seguro después del beso de la otra noche. Nunca sabría de dónde había sacado la fuerza de voluntad para apartarse, pero romper una promesa no era una opción. Eso le había hecho ganar más tiempo con ella, pues se había quedado a terminar de ayudarle a decorar el árbol. Esperaba poder pasar tiempo con ella también esa noche.

—¿Qué qué sucede? —se sentó sobre una esquina de su mesa—. Acabo de tener un gran día. Posiblemente el mejor día de mi vida.

—¿Y te importaría compartirlo?

—Celebrarlo era más bien lo que tenía en mente. Me gustaría llevarte a cenar.

—¿Qué estás celebrando?

—¿Por qué no te lo cuento durante la cena?

—Me encantaría, pero…

Pedro sabía lo que iba a decir.

 —¿Qué?

—El mes sin citas aún no ha terminado, Pedro. Me queda la mitad y no quiero perder la apuesta.

—¿Quién nos va a ver? —preguntó él—. Es lunes.

—¿Qué tiene eso que ver? ¿Acaso el pueblo está ciego, sordo y mudo el primer día de la semana?

—No, claro que no —se carcajeó. Estando tan de buen humor, le hacía falta poco para reírse, pero ella podía hacerle reír en cualquier momento—. El caso es que los patrones del comportamiento humano apoyarían la teoría de que la mayoría de la gente sale a cenar los fines de semana. Por lo tanto, estadísticamente, es menos probable que nos vea alguien que pudiera chivarse a tus hermanos.

—Eso podría ser cierto si fuéramos a cenar a cualquier sitio del planeta menos a Thunder Canyon —se oía ruido al fondo, probablemente porque estaba vaciando las bolsas de la compra—. Así que dime cuál es la gran noticia. Me muero de curiosidad.

—No —dijo él—. Es tan bueno que he de compartirlo en persona. Es una regla básica.

—¿Tan fantástica es, o es que tú eres malo?

—Las dos cosas.

«Fantástico», se quedaba corto. Gonzalo le había dado más responsabilidad. Más dinero. Podría mantener una familia, comprarse una casa, tener hijos y pagarles la universidad sin problemas. No se había permitido pensar en eso durante mucho tiempo. No desde Romina.

—No puedo creer que estés haciéndome esto —dijo ella—. Podría llamar a Carolina.

—Ella no lo sabe. Y, antes de que digas nada, Sonia tampoco.

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