lunes, 4 de abril de 2022

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 20

Paula titubeó un poco ante la puerta del despacho de Pedro. Era viernes por la tarde. Esa mañana él la había llamado para decirle que podía ir a recoger el coche cuando quisiera. Se ajustó la camisa y entró en el despacho. La campanita que estaba justo encima de la puerta sonó. Había fotos de coches clásicos en las paredes. No había recepcionista tras el escritorio, pero al mirar el reloj, se dió cuenta de que la chica ya debía de haberse ido a su casa. Cuando el sonido de la campanita cesó, el silencio se hizo incómodo. Se aclaró la garganta.


–¿Hola? –su voz sonó aguda y clara.


–Hola, Paula.


Pedro entró por la puerta que estaba a su derecha. Se acababa de dar una ducha. Tenía el pelo húmedo y estaba recién afeitado. Llevaba unos vaqueros de cintura baja que le abrazaban las caderas y un polo que dejaba entrever un fino vello en el pecho.


–¿Te encuentras bien? –le preguntó, dando un paso adelante.


Ella dió uno atrás.


–Sí, claro –contestó. Cruzó los brazos–. Lo siento –hizo un gesto–. Te he dado mucho trabajo.


–No es para tanto. Llegas justo a tiempo.


A Paula le dio un pequeño vuelco el corazón.


–Yo... Eh... ¿Cuánto te debo?


Él fue hacia el escritorio y rebuscó entre unos papeles. Le dió una factura detallada. Paula abrió los ojos como platos cuando vio el importe.


–Me prometiste que me ibas a cobrar la tarifa más alta. A mí me parece que me has puesto precio de colegas.


Pedro esbozó una media sonrisa que no tardó en convertirse en una sonrisa de oreja a oreja.


–¿No somos colegas, Paula?


–¡No! Quiero decir que...


Él echó la cabeza atrás y se rio.


–Deberías haberte visto la cara, chica de ciudad. Tienes que relajarte un poco.


–¡Pueblerino!


–Esa suele ser mi tarifa habitual. El coche tenía nada serio. No había piezas difíciles que cambiar –se encogió de hombros–. Eso es lo que suelo cobrar.


De repente, Paula se fijó en el nombre de la empresa. No era un mecánico más... No era de extrañar que Gloria le hubiera puesto esa cara el día anterior, cuando le había dicho que iba a llevarle el coche.


–¿Restauras coches clásicos?


Él no dijo nada.


–No sueles arreglar coches normales, ¿No?


–Bueno, a veces viene bien para no perder la práctica.


Paula creyó verlo todo claro. ¿Le había arreglado el coche por pena? De pronto recordó que se había ofrecido a arreglárselo antes de saber lo del cáncer. 


–Solo quería compensarte de alguna forma –le dijo él, mirándola fijamente–. Por gritarte y por comportarme como un bruto paleto.


Lo había hecho porque se sentía culpable... Pero mejor por culpabilidad que por pena. Paula decidió no seguir con aquella conversación. Agarró su talonario y le extendió un cheque lo más rápido que pudo. Le temblaba mucho la mano porque él no dejaba de observarla. Tenía que salir de allí cuanto antes. Pedro la ponía tensa como la cuerda de una guitarra. La hacía tener ganas de volver a ser esa chica que flirteaba y sonreía cuando estaba delante de un chico guapo. 


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