viernes, 1 de abril de 2022

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 12

No podía volver a llamarle paleto porque ya no estaba tan enfadada y, además, no era un paleto. En realidad, Pedro Alfonso no estaba nada mal. Llevaba unos vaqueros desgastados y una camiseta negra que se le ceñía a los hombros, realzando su anchura de espaldas. Recorrió esos hombros con la mirada y luego siguió hacia abajo. El grueso algodón negro enfatizaba sus músculos pectorales. Levantó la barbilla y trató de mantenerse fría y calmada.


–¿Has olvidado gritarme algo más a la cara?


Él se alborotó el cabello. Sujetaba el sombrero con una mano y sus dedos no dejaban de jugar con él.


–Quería disculparme.


A juzgar por la cara que tenía, debía de esperar que le diera con la puerta en las narices.


–Entra –le dijo ella, suspirando.


Él la siguió hasta la cocina. Paula se situó detrás de la encimera.


–¿Quieres un café? ¿Un té? ¿Algo más fuerte?


No parecía ser la clase de hombre que necesitara sacar coraje del fondo de la botella, pero a ella tampoco se le daba muy bien la psicología masculina. De hecho, con su anterior novio se había equivocado del todo.


–¿Tú vas a tomar algo?


–Estaba a punto de hacerme un té.


–Un té está bien, si no es molestia.


De repente, Paula se dió cuenta de que ya no estaba enfadada en absoluto. Solo quería que se fuera de allí, quería librarse de su turbadora presencia cuanto antes. Durante una fracción de segundo había experimentado algo que no había sentido en mucho tiempo... Optimismo... Había sentido que tenía algo de valor que ofrecerle a alguien, a Valentina. Y entonces había aparecido él, avasallándola con su actitud grosera y despreciativa. Pero eso era mejor que dar pena. Volviendo al presente, puso el hervidor al fuego y echó el té en la tetera. Escogió las tacitas de su tía, en vez de las tazas grandes que estaba acostumbrada a usar. Quería que se fuera cuanto antes. Él esperó a que estuvieran sentados a la mesa antes de hablar. Ella sirvió las tazas de té. Seguía sin hablar.


–Me dijiste que querías disculparte, ¿No? –le preguntó ella, suspirando.


Él asintió, mirándola por encima del borde de la taza.


–Sí –le dijo, clavándole la mirada.


–Disculpas aceptadas. Olvídalo.


–Oye, todavía no me he disculpado. Además, no es tan sencillo, chica de ciudad –sonrió, pero había sombras en sus ojos–. Antes me preguntaste si estabas igual que siempre. ¿Qué querías decir?


–Nada. Olvídalo.


Sus miradas se encontraron.


–He estado enferma –Paula fue la primera en apartar la vista–. Pero ya estoy mejor.


Él guardó silencio durante unos segundos. Ella se atrevió a mirarle. Él sacudió la cabeza.


–Siento que hayas estado enferma. ¿Has venido a casa para recuperarte?


–Ya estoy recuperada. He venido para descansar un poco. De vacaciones.


Él entornó los ojos. Pero ella no bajó la vista esa vez. Finalmente, él sacudió la cabeza.


–Nada de eso cambia el hecho de que no debería haberme puesto así. No debería haber dicho todo lo que dije sin pensar en mis...

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