viernes, 15 de abril de 2022

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 42

Pedro se puso erguido cuando Paula salió de la carretera principal y entró en un camino de grava.


–¿Adónde vamos?


–Ya lo verás.


La miró de reojo y entonces se volvió en el asiento para verla mejor. Parecía tan fresca, tan serena... Tenía la nariz y las mejillas ligeramente sonrosadas, como si hubiera tomado demasiado el sol. Como si pudiera sentir su mirada en la piel, Paula se volvió hacia él y le miró un instante. Sonrió y luego volvió a concentrarse en el camino, que cada vez parecía más rural.


–Creo que hoy he hecho unos cuantos progresos en mi plan de llevar una vida normal.


–Seguro que sí –Pedro frunció el ceño–. Pero Gloria no estaba allí.


–Ah, pero sí estaban muchos de sus amigos. Ya le llegarán rumores. Se enterará. No me cabe duda.


Parecía tan satisfecha, tan decidida... Aminoró un poco la velocidad para evitar un bache.


–Va a cumplir los setenta dentro de dos años, y aunque no creo que consiga que baje el ritmo, por lo menos quiero que se tranquilice en lo que a mí respecta.


–¿Te preocupa su salud?


–No. Pero quiero que sea feliz –Paula le dedicó una sonrisa–. Y estoy segura de que será mucho más feliz y se sentirá mucho mejor si no tiene que preocuparse por mí –levantó una mano momentáneamente y señaló el paisaje–. ¿No es maravilloso?


Pedro contempló la vegetación a su alrededor. A su izquierda se alzaba un bosque de altos eucaliptos. Casi todos eran eucaliptos de troncos blancos y follaje de color verde y azul, pero también había otras variedades. En agosto florecían las acacias, mostrando todo su esplendor dorado e impregnando el ambiente con la fragancia de sus flores. A su derecha el terreno caía en suaves colinas entre las que se divisaba el río de vez en cuando. En época de sequía todo se volvía de color marrón y blanco, pero en los años anteriores había llovido mucho y la tierra presumía de un verdor exuberante.


–¡Ya estamos!


Pedro volvió a la realidad. Sin darse cuenta la había estado mirando casi todo el tiempo. Miró hacia delante. Estaban frente a un caserón de madera, muy antiguo, al parecer.


–Yo... Eh...


¿Era eso lo que quería enseñarle?


–Este es el hospedaje de Forest Downs –bajó del coche–. Está en venta –le enseñó un manojo de llaves.


¿Por qué quería enseñarle un hospedaje antiguo? La casa rural... De repente, lo entendió todo. Le había hablado de ese sueño suyo en alguna ocasión. Tragó con dificultad y se movió en el asiento. Miró hacia la casa. Cuando era más joven, siempre había soñado con estar al frente de un lugar como ese. Se imaginaba a sí mismo organizando excursiones por el parque nacional de Barrington Tops, mostrando la diversidad y la belleza de la flora y la fauna de la montaña, disfrutando de comidas opíparas en el comedor, un grupo de huéspedes en torno al fuego... Siempre había niños, muchos niños. Lo había planeado todo hasta el último detalle. Podía verlo con tanta claridad... Pero... Había abandonado ese sueño. No se movió del coche. Durante un instante las piernas no le respondieron. Paula no podía devolvérselo. Dar un giro tan grande a su vida era demasiado arriesgado... Era feliz arreglando coches clásicos. Pero tampoco era capaz de apartar la vista del caserón. Paula esperaba muy cerca, paciente. Cuando por fin la miró a la cara, ella levantó las llaves de la casa y empezó a balancearlas en el aire.


–¿Qué te parece? –le preguntó–. ¿Entramos?


Él casi se cayó del coche con las prisas.


–¡Ya lo creo!


A lo mejor nunca querría recuperar ese viejo sueño, pero sí quería echar un vistazo. Tenía que hacerlo, aunque solo fuera por ver lo que se estaba perdiendo. 

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