miércoles, 13 de abril de 2022

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 37

Paula se sobresaltó. Se puso roja. Se quedó mirando la herramienta un momento y entonces por fin reaccionó. Dió un paso adelante y se la alcanzó. Él siguió trasteando debajo del coche. Recordó de repente ese viejo sueño del que le había hablado... Lo de la casa rural... ¿Qué había sido de él? ¿Por qué lo había abandonado? La vida... La vida debía de haberse interpuesto en su camino.


–¿Qué estás haciendo? –se acercó un poco para ver mejor.


–Cuidado –le dijo él al verla acercarse todavía más–. No quiero estropearte el vestido de fiesta.


Eso le sacó una sonrisa. Llevaba vaqueros ese día, pero su camiseta era blanca, así que se apartó un poco. Él esbozó una de esas sonrisas de chico rebelde que le cortaban el aliento.


–No deberías ir de blanco, chica de ciudad.


–¿Y por qué no?


–Porque me dan ganas de ensuciarte –le dijo, todavía sonriendo.


Paula sintió que le ardían las mejillas. Y cuando él volvió a mirarla a la cara su sonrisa se hizo más grande, como si supiera exactamente qué efecto estaba teniendo en ella. Parecía tan fuerte, tan ágil... Con las manos hacia arriba, intentaba desenroscar una pieza... Una repentina fantasía se apoderó de Paula. Podía ir hacia él, bajar esos peldaños y meterse en el hueco. Podía detenerse justo delante, tocarle los muslos, el pecho... Podía apartarle ese mechón de pelo de la frente y empezar a besarle, en el cuello, en la barbilla... Podría sentir su barba de unas horas, hasta llegar a sus labios... Pedro masculló un juramento. Ella parpadeó y retrocedió. ¿En qué estaba pensando? En ese mismo instante, un chorro de líquido negro salió disparado y le dió justo en la cara. Ella se le quedó mirando, sorprendida. Él le devolvió la mirada. Seguía con los brazos levantados por encima de la cabeza. ¿Besarle? ¿Cómo se le había ocurrido semejante idea? De repente, no fue capaz de aguantar la risa. 


–¡Oh, deberías verte la cara, paleto!


–¿Te parece gracioso, chica de ciudad? –él bajó los brazos.


Paula seguía riéndose, doblada hacia delante.


–Es lo más gracioso que he visto en... ¡Mucho tiempo! ¡Ay! ¡Qué gracia! Pedro, deberías haberte hecho humorista. No, no –se rió a carcajadas–. Deberías haber sido payaso de circo. Una idea genial y... –gritó al verle avanzar hacia ella con malas intenciones.


Puso una mano por delante, intentando detenerle.


–No. No hagas nada de lo que te puedas arrepentir.


–Oh, no me voy a arrepentir, chica de ciudad.


Paula dió media vuelta y echó a correr, pero él la agarró de la cintura. Tiró de ella y se restregó contra su mejilla.


–¡Bruto! –gritó ella, riéndose cada vez con más fuerza y empujándole.


Fue inútil. Sus brazos parecían de acero y su pecho era sólido como una roca. Él sonrió de oreja a oreja.


–Ya te dije que quería pringarte de arriba abajo, princesa.


–¡Tú! ¡Mal bicho! –exclamó ella, buscando el insulto perfecto.


Una oleada de deseo la golpeó con intensidad, palpitando con una fuerza propia. Él echó atrás la cabeza y se rió. Con el movimiento varias gotas de líquido negro se desprendieron de su pelo y cayeron sobre la inmaculada camiseta de Paula.


–¡Mira lo que has hecho! –gritó, intentando parecer enfadada.


–Vaya. Ha sido un accidente. En serio –le dijo él, sonriendo. Hizo ademán de agarrar un trapo limpio para limpiarle la mancha.


Y entonces Paula se acordó. Se quedó de piedra. La risa se le escapó de los labios. La prótesis...


–Suéltame, Pedro.


–Anímate, chica. Yo...

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