miércoles, 27 de abril de 2022

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 65

Paula empujó la puerta de su apartamento de Sídney con la cadera. Sacó la llave de la cerradura y dejó que se cerrara tras ella. Dejó caer el maletín y todas las carpetas que llevaba sobre la mesita de café del salón y se desplomó sobre un mullido butacón con una sonrisa en los labios. Todo estaba saliendo según lo planeado. La segunda al mando en Paula Chaves Designs había aceptado entrar en la sociedad y estaba encantada de ponerse al frente del negocio. Connie tenía la perspectiva y el espíritu emprendedor necesarios para llevar a la empresa hacia el futuro y así ella podría... Seguir el camino que le dictaba el corazón. Era hora de darse una ducha. Después se tomaría una copa de vino para celebrarlo. Se puso en pie de un salto y fue hacia su habitación. Se quitó la peluca con cuidado, fue a ponerla sobre la base y entonces se detuvo... Volvió a mirarse en el espejo. Tiró la peluca en la cama y se miró con atención. El pelo le había crecido casi unos dos centímetros y medio por toda la cabeza. Era un cabello fuerte, denso, oscuro. Se puso erguida y levantó la barbilla, recordando la atrevida elección de Valentina y de Lola en el concurso. ¿Un rapado militar? Volvió a mirarse, moviendo la cabeza a un lado y al otro. Tenía la estructura ósea adecuada para poder llevarlo bien si se atrevía. A mucha gente le parecía muy sexy el pelo corto. ¿Y a Pedro? ¿Le gustaría a él? Agarró la peluca y la metió en un cajón.


Apartando la vista del espejo, se desabrochó la blusa, se despojó de los zapatos y se quitó el sujetador con cuidado para no dañar la prótesis. «Hasta que no te aceptes a tí misma...». Se detuvo. Le temblaban los dedos. Hasta... Tragando en seco, se obligó a mirar hacia el espejo nuevamente. Dio tres pasos hacia él hasta estar justo delante. Se miró el pecho directamente. La falta de un pecho y la cicatriz roja la hacía encogerse por dentro. Ese era su cuerpo. Eso sería lo que vería Pedro si alguna vez tenía el coraje suficiente para desnudarse delante de él. Y quería hacerlo. Pero la imagen... La mera idea había hecho salir huyendo a Santiago. Empezaron a temblarle las manos. No conocía ese nuevo cuerpo. Parecía tan distinto de lo que se había imaginado, de lo que había sido, ajeno, extraño... Un escalofrío la sacudió de arriba abajo. No podía soportarlo. Apartó la vista. «Cobarde...», dijo una voz desde un rincón de su mente. Contó hasta tres y se obligó a mirarse de nuevo. El pecho izquierdo, aunque pequeño, se veía redondo y bien relleno. El pecho derecho, en cambio... Se miró un pecho y después el otro, una y otra vez. Pecho izquierdo saludable, falta de pecho derecho... Se tapó la cara. Un haz de dolor la atravesó de lado a lado. Retrocedió un poco y se desplomó sobre la cama. Agarró una almohada, hundió en ella la cabeza y dió rienda suelta a las lágrimas que la inundaban por dentro. Al final el llanto cesó. Se tumbó y miró al techo, se concentró en regular su propia respiración. Se le escapó un suspiro... Se obligó a levantarse de nuevo y se irguió. Fue hacia el espejo una vez más. 

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