lunes, 25 de abril de 2022

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 56

 –Y como incentivo final –dijo, casi gritando frente al micrófono–. Me ofrezco como guía turístico durante todo el fin de semana.


Fernanda se puso en pie e hizo una puja que levantó un rumor por todo el salón. Una oleada de pánico recorrió a Pedro por dentro.


–¡A la una! –gritó el subastador.


Gloria le susurró algo a Paula al oído.


–¡A las dos!


Pedro contuvo el aliento. Sin ninguna prisa, Paula echó atrás la silla y se puso en pie. Con un gesto impasible, casi de indiferencia, levantó su número... Y dobló la puja de Fernanda. Se oyó un murmullo de exclamaciones. Hubo una pausa... y entonces todo el mundo empezó a aplaudir. Pedro pudo respirar por fin. Asintió con la cabeza y le sonrió. Ella se encogió de hombros y se sentó. Ella no volvió a mirarle de nuevo, pero eso ya no importaba. Sería suya durante todo el fin de semana. Él volvió a su asiento. Al final de ese fin de semana sería suya para siempre. Usaría hasta los trucos más sucios para seducirla si era preciso. Una vez le demostrara que le daba igual su aspecto, ella confiaría en él. Iba a ser suya durante todo el fin de semana, pero eso no le impidió pujar por la tarta.


–¡Doscientos dólares!


A los hombres que estaban a su alrededor les bastó con una sola mirada para saber que era mejor no meterse con él en ese momento. Pedro se echó hacia atrás, satisfecho. Todo un fin de semana, y el postre esa misma noche. Pero las pujas no habían terminado todavía. También se llevó un modelo exclusivo de Paula Chaves por una suma estratosférica. Stevie se lo agradeció con gritos y abrazos, y Paula continuó castigándole con sus despreciativas miradas. El desafío le resultaba de lo más estimulante, pero ya sabía cómo derretir a esa reina de hielo. En cuanto la música empezara a sonar, se dedicaría por completo a su misión. Paula vió decisión en la mirada de Pedro. Iba hacia ella con paso decidido, directo hacia su mesa. Empezó a sonar una música lenta y melódica. Se le aceleró el corazón, le temblaron las rodillas. Se moría por estar en sus brazos, no tenía sentido negarlo. Se moría por sentir el roce de su cuerpo en los muslos, en las caderas... Pero no podía haber nada entre ellos. Era imposible. No tenían futuro.


–Buenas noches, Paula.


Se detuvo delante de ella. Estaba impecable con ese traje negro que realzaba el brillo de su pelo oscuro. La camisa blanca resaltaba el bronceado natural de su piel. Tenía muy presente el momento en que le había dicho que no podían ser amigos.


–Buenas noches, Pedro. Espero que te lo estés pasando bien.


Había ahuyentado a todos los hombres con su actitud. Paula apretó las manos por debajo de la mesa. Le había dejado muy claro cuál era su posición.


–Baila conmigo –le dijo él suavemente.


–¿Es una petición o una orden? –ella se echó hacia atrás y arqueó una ceja.


–Por favor, Paula, ¿Me concederías el honor de bailar conmigo?


En ese momento, Paula se dió cuenta de que Gloria estaba escuchando toda la conversación. Respiró hondo y puso buena cara.


–Me encantaría –dijo con la más fría cortesía. 

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