viernes, 15 de abril de 2022

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 41

 –Tienes que participar, Paula. Hemos hecho apuestas. Eres una de las favoritas.


–¡Ni hablar! –gritó Pedro desde detrás de la barbacoa. Le puso unas pinzas en las manos a Paula–. Yo soy el que defiende el título –la señaló con el dedo–. No te muevas de aquí hasta que yo vuelva. No tienen ni una oportunidad –añadió y se llevó a Fernanda. 


No miró atrás para ver la cara de Paula. No quería saber si había alivio o agradecimiento en su rostro. Cuando salió del cobertizo donde se guardaba el equipo, Pedro se dió cuenta de que no era el último en irse de las instalaciones del colegio. Paula estaba apoyada contra la pared a unos metros de la puerta, radiante y preciosa con esa camiseta rosa y su colorido pañuelo.


–Hola.


–Hola –le dijo él–. ¿Puedo hacer algo por tí?


Podía ver que toda esa formalidad, esa distancia repentina, no pasaba inadvertida para ella. Pero era la única manera de no perder la cabeza.


–Solo quería ver si habías terminado.


–¿Por qué?


–Porque no se trata de lo que puedes hacer por mí, paleto, sino de lo que yo puedo hacer por tí.


Un aluvión de imágenes inundó la mente de Pedro. Se le ocurrían mil cosas...


–Tengo una sorpresa para tí.


Pedro recordó todos los motivos por los que debía mantenerse alejado de ella. Era una persona sensible, vulnerable. Se marcharía en tres semanas. Y después estaba el tema de la fertilidad.


–Yo... Eh... Lo siento, Paula, pero estoy muy cansado.


–No hace falta que hagas ningún esfuerzo. Y te prometo que lo que voy a enseñarte te encantará.


Fue hacia él.


–No tienes miedo, ¿Verdad, campesino?


–Nada de eso.


–Entonces sígueme.


La curiosidad ganó la batalla. Guardó el equipo en el cobertizo y fue tras ella. Le llevó hasta su coche.


–Yo conduzco –le dijo él automáticamente.


–¿Por qué?


–Porque soy el hombre.


–Dijiste que estabas cansado. Además, sé adónde vamos –abrió la puerta del acompañante y asintió con la cabeza–. Su carruaje aguarda –fue hacia el lado del conductor–. ¿Qué? –le preguntó al ver que él seguía ahí parado–. ¿Quieres que te cierre la puerta?


Él se rindió con una exclamación.


–Relájate, Pedro –le ordenó, dándole una botella de agua–. Has trabajado duro todo el día. No me extraña que estés cansado. Tómatelo con calma, hidrátate y deja que alguien tome el relevo.


Pedro apenas podía creerse lo agradable que era tener a alguien que reconociera su trabajo, todo lo que había hecho durante el día. No quería que le dieran las gracias continuamente, pero sí era reconfortante saber que alguien le reconocía el esfuerzo. Paula quería cuidarle un rato, y la idea le resultaba de lo más atractiva. «Ya pensaré luego...», se dijo. 

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