miércoles, 13 de abril de 2022

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 40

 –Hola, chica de ciudad –le dijo, agarrando unos cuantos bates y pelotas.


–El primer partido es el de los chicos contra las chicas –dijo ella– . Tú eres el capitán de los chicos, y yo la de las chicas –se oyó una ovación–. Y créeme, paleto, no tenéis nada que hacer.


Él sonrió de oreja a oreja. Paula y las chicas hicieron un corro y se abrazaron. Seguramente, la clase de ese día había versado sobre tácticas de juego. Una oleada de expectación recorrió a Pedro por dentro. Estaba deseando ver lo que le tenía preparado. Las chicas dieron tres hurras y rompieron el círculo. Ella fue hacia él.


–¿Cara o cruz? –le preguntó, levantando una ceja.


–Cruz.


Ella lanzó la moneda.


–¡Cara! –anunció sin molestarse siquiera en mirar la moneda.


Le dedicó una sonrisa tan descarada que Pedro no tardó en darse cuenta de cuáles eran las reglas. No había reglas.


–Empezamos nosotras, señoritas.


Las chicas gritaron de nuevo y el juego empezó. Los chicos deberían haber ganado, pero las chicas utilizaron todos los trucos habidos y por haber y al final les funcionó. Pedro casi no pudo aguantar la risa cuando el pobre Tomás Davidson, a punto de darles la victoria con una carrera ganadora, se cayó y se dió de bruces contra el suelo. Lola, Valentina y Ludmila gritaban al unísono.


–¡Tomi, eh, Tomi!


Se habían levantado la camiseta a la vez. Demasiado para Tomás. Debajo llevaban tops con caritas sonrientes.


–¡Bruja! –le gritó Pedro a Paula cuando el equipo se acercó para saludar y darse la mano.


–Han tenido suerte de conseguir un empate.


–Claro, claro. Pero ¿Qué le estás enseñando a mi hija?


–Pues le estoy enseñando la importancia de ganar a toda costa. Claro –le dijo ella.


Tenía las mejillas sonrosadas y le brillaban los ojos. Nunca la había visto tan hermosa.


–Oh, me lo he pasado como nunca.


Pedro podía decir lo mismo.


–¡Paula, estamos listas!


–En fin, me apetece jugar a los bolos. ¿Te apuntas?


–Me temo que no. Prometí que me ocuparía del partido de los pequeños –le dijo él.


Paula miró a todos los niños que empezaban a agolparse a su alrededor. De repente sintió una gran pena. Ya nunca podría tener niños.


–¿Necesitas que te eche una mano?


–Fernanda me va a ayudar.


Fernanda era una madre soltera que se había mudado a la zona unos años antes. Sus gemelos de cinco años eran los capitanes del equipo. Paula parpadeó. De repente su rostro se volvió hermético y serio.


–Te veo luego entonces.



Se vieron una hora y media más tarde. Paula fue en su busca y se lo encontró asando salchichas.


–¿Quieres una?


–Sí, por favor. Con mucha cebolla... ¿Esto es todo lo que vas a hacer hoy? ¿Trabajar?


–En la escuela hay pocos voluntarios.


–¡Paula! –Fernanda fue hacia ella corriendo–. Ahora son las carreras de sacos. Esto es lo más divertido. Te he guardado uno.


Durante una fracción de segundo, Pedro creyó ver un destello de pánico en la mirada de Paula. De repente, ella se tocó el pecho derecho casi de forma inconsciente. No había sido su imaginación. 

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