miércoles, 13 de abril de 2022

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 38

Pedro se detuvo. Frunció el ceño y la miró fijamente. Tenía el trapo en la mano. Estaba a punto de tocarla. Paula tragó en seco. De repente sintió una vergüenza enorme. Le empujó con violencia.


–¡He dicho que me sueltes!


Él aflojó las manos y las subió hasta agarrarla casi de los hombros. Ella consiguió zafarse rápidamente y fue a sentarse en un taburete, poniendo cierta distancia entre ellos. No fue capaz de decir nada. Cerró los ojos. Un dolor agudo la hacía retorcerse por dentro y le quitaba la respiración. Aquella fantasía de ir hacia él, tocarle, besarle... No era más que eso. Una fantasía. 


–Paula, ¿Te encuentras bien? ¿Estás enferma?


Ella le oyó tragar con dificultad.


–¿Te he hecho daño?


–No –abrió los ojos y sacudió la cabeza.


–Lo siento. Se me olvidó... Solo estaba haciendo el tonto un poco.


Paula quería irse de allí, pero las rodillas todavía le temblaban demasiado. Pedro levantó una caja para botellas de leche y se sentó delante de ella.


–Si no te sientes mal, y si no te he hecho daño, ¿Qué es lo que pasa?


–No es nada, Pedro. Olvidémoslo.


–¡Ni hablar! Sí que es algo si te has puesto así de repente.


–¿Así cómo?


–Como si fueras a desmayarte de un momento a otro. ¡Como si fueras a devolver! –se alborotó el cabello.


Paula podía ver que se había puesto pálido, incluso a través de esa gruesa capa de suciedad.


–Lo siento. No quería hablarte así. Es que... Maldita sea, Paula. Pensé que te había hecho daño.


Paula percibió sinceridad en sus palabras. Sacudió la cabeza de nuevo, lentamente esa vez.


–No me has hecho daño.


–Entonces, ¿Por qué...? –abrió las manos–. ¿Esto?


Ella bajó la cabeza y trató de cubrirse la cara con las manos, pero él se las agarró y le puso el trapo limpio sobre las palmas. Le hizo señas para que se limpiara la cara. Paula lo hizo. Él no se molestó en limpiarse. Simplemente se quedó allí sentado, esperando. Ella no sabía qué decir. Pero no era justo dejarle pensar que tenía la culpa.


–Yo... –tragó en seco y se aclaró la garganta–. Pensaba que ibas a...


–¿A qué?


–Pensé que ibas a tocarme... aquí –se señaló el pecho.


–Jamás te hubiera hecho daño a propósito.


–No me hubieras hecho daño. Yo... Todavía tengo la cicatriz muy reciente. Si me doy un golpe, o aprieto la prótesis contra el pecho, a veces siento dolor. Pero jugar un poco, como hemos hecho, está bien.


Él la miró fijamente unos segundos.


–¿Pero...?


–Nadie me había tocado hasta ahora y... pensé que tú ibas a hacerlo... No podía soportarlo.


Pedro no dijo nada.


–Mira... Esto es algo a lo que todavía me tengo que acostumbrar. No sé qué más quieres que te diga.


–Quiero que me digas qué sentiste.


–Me hizo sentir rara. Sentía vergüenza. Me hizo sentirme vulnerable, avergonzada, inadecuada.


Pedro abrió la boca.


–Vaya, Paula.


–Lo sé, lo sé –gesticuló con ambas manos–. Mi cabeza me dice que no tengo nada de qué avergonzarme.


–¿Pero?


–Pero me es difícil empezar a sentirlo. Mira... Estoy un poco obsesionada con este tema.


–¿Por qué? 

No hay comentarios:

Publicar un comentario