lunes, 11 de abril de 2022

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 34

Los ojos de Pedro se suavizaron. Se movió en su silla.


–Muy bien. Ha llegado la hora de las confesiones. Escuchando cómo hablaban las chicas, por fin entendí lo que tratabas de decirme. Lo de Miss Showgirl no es solo un concurso de belleza. Se trata de una actitud. Se trata de ganar confianza, autoestima. Se trata de... –se inclinó hacia delante y frunció el ceño, como si estuviera buscando las palabras adecuadas–. Se trata de que las chicas confíen en sí mismas, de que den lo mejor de sí mismas. 


Paula sintió que sus palabras la reconfortaban.


–Ahora entiendo que querer participar en el concurso no significa que quieran ser modelos... Al igual que todos los chicos que juegan al cricket no quieren estar en la selección nacional.


–Bingo, campesino –le dijo ella suavemente–. El concurso de Miss Showgirl me dió la confianza que necesitaba para labrarme una carrera como modelo, y cuando vi que lo de ser modelo no me llenaba del todo, tuve el valor y la seguridad en mí misma para cambiar de rumbo. El concurso de Miss Showgirl me abrió puertas en vez de cerrármelas. Para mí nunca se trató de ganar, y para la mayoría de las chicas es igual. Se trata de hacer un esfuerzo, tratar de mejorar, superarse y estar orgullosa de lo que se ha hecho –sonrió y se encogió de hombros–. Y también es muy divertido.


–Paula, tienes mucho que ofrecer a esas chicas. Apuesto a que si llevaras todas las clases, todas las candidatas querrían matricularse, y muchas chicas más –se sacó la billetera del bolsillo de atrás–. Quiero pagarte ahora lo de Valentina y Lola.


–¡Espera! Guarda eso –dijo ella, gesticulando con las manos–. Solo voy a pasar tres semanas más en el pueblo.


–Eso son seis clases, igual que un curso de verano.


–Pero ¿Dónde iba a dar las clases? Aquí no hay espacio.


Él consideró el tema un momento.


–¿Qué te parece el aula de manualidades que está detrás de la cooperativa? –preguntó ella.


–¿Te dejarían usarla?


–Estoy casi segura de que sí. Sobre todo si les ofrezco una tarifa mínima de alquiler.


–Y tienes que cobrar.


Su tono imperativo la hizo parpadear varias veces, sorprendida.


–Pedro, no necesito el dinero. Lo iba a hacer gratis para el comité.


Él golpeó la mesa con la punta de un dedo.


–La gente no te tomará en serio si no cobras.


–¡Muy bien! Cinco dólares la clase.


–Diez.


–Yo...


–Puedes destinar los beneficios a obras benéficas, pero no voy a dejar que regales tu talento.


A Paula se le ocurrió que podía donar los beneficios a la Breast Cancer Foundation. De alguna forma, todo parecía perfecto. 

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