lunes, 11 de abril de 2022

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 35

 –Le diré a Valen que ponga un anuncio en el tablón del instituto.


–Yo voy a poner uno en la ventana de la tienda. De hecho, voy a repartir unas cuantas octavillas de publicidad en la calle principal.


Hablaré de lo del local con Gloria en cuanto llegue a casa.


–Si hay algún problema con eso, llámame.


–No lo habrá –no podía explicarle cómo estaba tan segura, pero lo estaba.


Aquello estaba bien. Lo sentía por dentro... Al igual que había sentido aquel beso que le había dado a Pedro. Trató de ahuyentar esos pensamientos antes de que se le acelerara el corazón. Tragó en seco. Demasiado tarde. Hizo lo que pudo para no dejarse llevar por las emociones.


–Gracias –fue a tocarle la mano, pero la retiró en el último momento. Era mejor no hacerlo.


–No he hecho nada excepto intentar reparar el daño que he causado.


–Bueno, lo has hecho muy bien –dijo ella.


La mirada de Pedro recayó en sus labios. Se hizo el silencio. Y entonces él echó atrás su silla.


–Debería irme. Se está... Haciendo tarde. Y mañana es día lectivo.


–No quisiera que fueras a llegar tarde a clase mañana –dijo ella en un tono jocoso. Se puso en pie y le acompañó hasta la puerta de atrás.


–Según tengo entendido, las princesas necesitan dormir mucho para conservar su belleza.


Ella sonrió de oreja a oreja.


–Y nubes y chocolate. Buenas noches, Pedro.


–Buenas noches, Paula.


Pedro salió a la noche fresca y Paula se quedó en la puerta un segundo, pensando... No la había besado, ni siquiera en la mejilla... Justo cuando estaba a punto de cerrar, él se volvió.


–Paula, respecto a Gloria... Ella no es de las que piensan todas esas cosas que me dijiste.


–Lo sé –a Paula se encogió el corazón–. Está asustada, aterrada.


Y era ese el motivo por el que se comportaba de una forma tan protectora.


–Es por eso por lo que quiero quedarme un tiempo.


–He estado pensando... Esa hora que tardas en maquillarte y arreglarte todas las mañanas... A lo mejor es por eso por lo que se preocupa tanto.


Paula frunció el ceño y se acercó un poco a él. Trató de ver su expresión en la oscuridad.


–¿Crees que necesito abreviar un poco?


–No creo que el tiempo que tardes sea el problema, sino el hecho de que necesites hacerlo –dió media vuelta y desapareció en la penumbra.





Gloria regresó a casa media hora después de que Pedro se hubiera marchado.


–Hola, tía Gloria –le dijo Paula cuando la vió entrar por la puerta–. Estoy haciendo una infusión de camomila. ¿Quieres una taza?


–Creo que me voy directamente a la cama, cariño. Estoy cansadísima –dijo Gloria, sin siquiera asomarse a la puerta de la cocina.


Paula hundió los hombros y dejó caer la cabeza. Ese comportamiento tan escurridizo no dejaba lugar a dudas. Su tía estaba detrás de su sustitución. Levantó la barbilla y agitó la bolsita de camomila.


–Antes de que te vayas, tengo que pedirte un favor.


Hubo un silencio. Y entonces Gloria apareció en el umbral, visiblemente nerviosa. A Paula se le encogió el corazón. Quería a su tía con toda el alma. Gloria se había hecho cargo de ella cuando tenía ocho años, tras la muerte de sus padres en un accidente.


–¿Qué tal fue la reunión esta tarde? –le preguntó Gloria, apartando la vista.


–Muy bien –Paula prefirió no sacar el tema a menos que su tía lo hiciera–. Las chicas son todas estupendas.


Gloria guardó silencio. Paula exprimió la bolsita de camomila y se volvió hacia su tía, sujetando la taza con ambas manos para calentárselas un poco.

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