miércoles, 20 de abril de 2022

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 52

 –Entonces, el hospedaje... Yo podría permitirme comprarlo ya mismo, pero no quiero llevarlo.


–¿Y qué quieres?


–Quiero tener algo en la zona.


La idea de volver a Dungog le resultaba muy atractiva, pero tampoco podía dejar Sídney a capricho. Necesitaba un plan. Tenía que asegurarse de que la gerente de Paula Chaves Designs estuviera preparada para asumir el peso del negocio antes de volver a casa definitivamente.


–¿Qué clase de sociedad tienes en mente? ¿Cincuenta y cincuenta? ¿O era más bien sesenta y cuarenta, o setenta y treinta, a tu favor?


–No había llegado ahí todavía. Pero me encantaría ser el socio mayoritario.


Él se rió, pero no sonrió.


–Entonces, serías la jefa. Por tanto, si hago algo mal, si hago algo que no te gusta, me sacarías de la sociedad. Me echarías, para ser más exactos. Al igual que echaste a Santiago, ¿No?


Paula se quedó estupefacta. 


–¡Nada de eso! Esto no tiene nada que ver con Santiago.


–Al contrario. Creo que todo se trata de él.


–¡Esto solo son negocios! Santiago y yo cometimos el error de mezclar los negocios con lo personal. Tú y yo lo vamos a hacer mejor.


–Olvídalo –dijo Pedro de repente, clavando un dedo en la mesa–. Yo quiero algo personal. Además, creo que tú también, y te da tanto miedo que no haces más que intentar encontrar formas de crear una distancia artificial entre nosotros. No pienso ser partícipe de todo eso.


Paula guardó silencio.


–Lo siento, Paula –se puso en pie–. El tiempo se ha acabado.


Ella se quedó allí sentada y le vió alejarse. Entonces se puso en pie también.


–¿Qué? ¿Ni siquiera podemos ser amigos?


Él se detuvo y se dió la vuelta. Se le había quedado blanca la cara. Sus ojos habían perdido el brillo. Paula sintió que el corazón le saltaba por la garganta, impidiéndole hablar.


–Ya te he dicho lo que quiero, Paula. No soy masoquista. Siempre voy a querer más de lo que estás preparada para darme, así que... No. No vamos a ser amigos.


–¡Me dijiste que ibas a darme tiempo! –no sabía de dónde salía esa súplica, pero sí sabía que era auténtica.


–Y tú me dijiste que no le diera vueltas al tema, que no ibas a cambiar de opinión. ¿Me estás diciendo que has cambiado de opinión? –le preguntó él.


Ella quería decir que sí. Abrió la boca... Volvió a cerrarla y negó con la cabeza.


–Entonces, por mi propio bien, me quito de en medio –añadió Pedro.


Paula se tragó el nudo que tenía en la garganta.


–Lo siento.


Él esbozó una de esas sonrisas pícaras.


–Bueno, eso sí que me lo creo –su rostro se suavizó–. Espero que encuentres lo que necesites para ser feliz, Paula.


Ella le hubiera dicho lo mismo, pero no podía articular palabra. Él dió media vuelta y volvió a entrar en el taller sin mirar atrás. Era el final. Sin saber muy bien lo que hacía, Paula volvió a casa, se puso de rodillas frente a uno de los rosales de Gloria y empezó a quitar hierbajos. 

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