viernes, 29 de abril de 2022

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 66

 –Narcisista –se dijo, burlándose de sí misma.


No quería titubear, pero no podía evitar hacer una mueca a medida que su mirada descendía. Se tocó la cicatriz lentamente.


–Vaya. Tiene toda la pinta de haber dolido mucho –hizo otra mueca–. Pero... –extendió la mano sobre el lugar en el que debía haber estado su pecho derecho.


El tratamiento había sido un infierno, pero no la había matado. Se bajó la cremallera de la falda y la dejó caer al suelo. Se quitó los pantys y las braguitas. Los echó a un lado. Se miró. Estaba completamente desnuda.


–Tienes unas piernas bonitas.


Se dió la vuelta y se miró desde detrás. La curva de su espalda era elegante y estilizada. Tenía los brazos un poco delgados, pero... Se puso las manos en las caderas y giró sobre sí misma.


–Estoy prácticamente calva y me falta un pecho.


Pero el pelo crecería de nuevo y también podía reconstruirse el pecho. Podía hacer un poco de ejercicio, ganar peso y reforzar los brazos. Seguiría adelante con sus sueños. Se encogió de hombros y, sorprendentemente, sonrió.


–La vida puede llegar a ser muchísimo peor –le dijo a la mujer del espejo.


Se dirigió hacia el cuarto de baño.





–Lo siento, Pedro, pero no tengo tiempo –dijo la señora Lamley, dándole las llaves de su viejo Oldsmobile Rocket de 1956.


–¡Espere! –gritó Pedro, agarrando las llaves al vuelo. Salió corriendo del mostrador de recepción–. Es una revisión rutinaria, ¿No?


–Sí.


–¿Hay algún problema que haya que mirar?


–Hay un ruido... –dijo la señora.


–¿No podría ser un poco más específica? ¿Un golpeteo? ¿Un chirrido?


–Bueno, más bien como un chillido –dijo ella, sujetando la puertacon una mano.


Pedro no pudo evitar sonreír entonces.


–Pero ¿Por qué tanta prisa?


La señora Lamley siempre se quedaba a charlar un poco.


–Paula Chaves quiere que le enseñe un local que está pensando en alquilar –retrocedió un poco y le habló en voz baja–. De forma permanente.


Pedro se quedó de piedra. ¿Paula había vuelto?


–Le dije que quedábamos a las nueve en punto.


Teniendo en cuenta que eran las ocho y cuarenta y cinco, y que el local de la señora Lamley estaba enfrente, dos puertas más abajo, no corría riesgo alguno de llegar tarde. Si miraba por la ventana diez minutos después, ¿Podría ver a Paula? Se le aceleró el pulso y sintió un hormigueo en la piel.


–Va a abrir una tienda para vender sus diseños aquí en Dungog. ¡En Dungog! ¿Qué te parece?


–Es una buena noticia –atinó a decir él–. Yo... eh... –movió los pies–. Su coche estará listo a las tres.


–Gracias, Pedro.


La puerta se cerró tras la señora Lamley. El tintineo de la campanilla sonó alegre. ¿Paula había vuelto? Se pasó una mano por el cabello. Llevaba dos semanas en Sídney... Las dos semanas más largas de toda su vida... Pero su regreso no suponía ninguna diferencia. Ella le había dejado muy claro cuál era su postura. Aun así, no obstante, verla todos los días y encontrarse con ella de forma inesperada sería una tortura. Se frotó la mandíbula. Miró el reloj y después miró hacia la ventana. Masculló un juramento y volvió al interior del taller.


–Hola, Pedro. 

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