lunes, 11 de abril de 2022

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 32

Paula se cruzó de brazos y le fulminó con la mirada. Parecía consternado. Y no era para menos.


–Entiendo que eso es toda una hazaña, chica de ciudad.


–Ya lo creo, paleto –le dijo, sonriendo.


Él seguía apoyado contra el fregadero, con las piernas cruzadas a la altura de los tobillos. Desprendía fuerza y vigor.


–Paula, ¿Qué clase de cáncer tuviste?


Paula respiró profundamente y se humedeció los labios.


–Cáncer de mama.


Él parpadeó, quizá sorprendido por su franqueza o por la enfermedad. Paula apartó la vista y volvió a sentarse. No quería ver cómo bajaba la vista y le miraba los pechos. No quería ver su cara de pena. Levantó la barbilla, pero no le miró directamente. Miró hacia la pared de más allá.


–El cáncer de mama es el más frecuente entre las mujeres australianas, después del cáncer de piel.


–¡Vaya, Paula! ¿Vas a estar bien?


–Me han hecho una mastectomía –se señaló el pecho derecho–. Y me han dado quimioterapia. Los médicos confían en que me recuperaré del todo. Oficialmente, no estaré libre de cáncer hasta dentro de cinco años. Pero, como te he dicho, el pronóstico es bueno.


Él descruzó los tobillos y se echó hacia delante.


–A lo mejor tu tía y el comité, y la gente con la que trabajas, tienen razón. A lo mejor deberías tomártelo con más calma y...


–¡Eso ni me lo digas! –se puso en pie de golpe y le señaló con el dedo–. Llevan más de cuatro meses mimándome. No hay ninguna razón médica para que no pueda trabajar. No hay motivo alguno para que mi vida no pueda volver a ser como era antes de que me diagnosticaran el cáncer. No te atrevas a unirte a toda esa gente contra la que lucho. Si cruzas la línea, ya no serás mi amigo nunca más.


Él fue hacia la mesa con un movimiento rápido. Sus ojos parecían más oscuros y brillantes que nunca.


–¿Estás segura de que estás preparada para todo eso?


–¡Sí!


–¿Y estás segura de que no te estás esforzando demasiado?


–Segura –otra oleada de frustración la recorrió por dentro.


¿Por qué tenía que tratarla todo el mundo como si fuera a caerse en cualquier momento?


–¿Qué? –le gritó de repente–. ¿Que haya perdido un pecho significa que me he convertido automáticamente en una irresponsable? ¿Crees que soy tan estúpida? ¿Por qué iba a querer poner en peligro mi salud ahora, después de todo lo que he pasado? ¿Por qué iba a arriesgarme?


Él frunció el ceño.


–Muy bien. ¡Suéltate la melena y haz lo que te dé la gana!


Al darse cuenta de lo que acababa de decir, Pedro se puso blanco. Paula se tapó la boca con ambas manos, pero no pudo reprimir la risita.


–Eso es lo último que deberías decirle a alguien que acaba de recibir quimioterapia.


–¡Dios, lo siento! Yo...


Dijera lo que dijera a continuación, Paula ya no lo oyó. Acababa de caer presa de un ataque de risa. La cara de él tampoco ayudaba mucho. Volvió a sentarse y dió rienda suelta a las carcajadas que la sacudían por dentro. Soltarse la melena... De repente se acordó de sus amigas de la unidad de oncología... Aunque supiera que Pedro no lo decía de forma literal, el comentario bien podría haber sido una de las perlas corrosivas con las que solían animarse las unas a las otras durante la estancia en el hospital. El humor negro podía llegar a ser muy útil en una situación como aquella. Ella se frotó los ojos y levantó la barbilla.

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